Cuaresma

El camino de la Cuaresma es doble: con Dios y con el prójimo

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El Papa Francisco nos da la bienvenida a la Cuaresma para que la vivamos cara a Dios y cara a los demás y sin una no podemos cumplir la otra, pues ambas van de la mano. Una Cuaresma dedicada a Dios pero olvidándose por completo de las personas que están a nuestro alrededor es una Cuaresma infértil y, por tanto, no dará frutos. “Si quieres hacer penitencia real y no formal, debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo”.
También nos recuerda que no debemos juzgar a la gente por sus errores y que debemos pensar en este tiempo de Cuaresma más profundamente por los que se han desviado del camino y pedir porque rehagan sus vidas de cara a Dios.
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta (20/2/2015)
El pueblo se queja ante el Señor porque no escucha sus ayunos, acabamos de leer en Isaías (cfr. 58,1-9a). Hay que distinguir entre lo formal y lo real. Para el Señor, no es ayuno no comer carne, y luego pelearse y abusar de los obreros. Por eso, Jesús condena a los fariseos, porque cumplen muchas observancias exteriores, pero sin la verdad del corazón. El ayuno que quiere Jesús, en cambio, es el que abre las prisiones injustas, hace saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, …parte el pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que desnudo y no cierra a su propia carne (cfr. Ibidem.) Ese es el ayuno auténtico, que no es solo exterior, de observancia externa, sino un ayuno que sale del corazón.
 En las tablas de la Ley se recogen tanto las leyes respecto a Dios como las leyes respecto al prójimo, y las dos van juntas. No puedo decir: Yo cumplo los tres primeros mandamientos, y los otros… más o menos. No, si no cumples éstos, no cumples aquellos, y si cumples éstos, tienes que cumplir los otros. Van unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si quieres hacer penitencia real y no formal, debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo.
 Se puede tener mucha fe, pero —come dice el Apóstol Santiago— ¿de qué sirve si uno dice que tiene fe, y no tiene obras? (Sant 2,14). Así, si uno va a Misa todos los domingos y comulga, se le puede preguntar: ¿Cómo es el trato con tus empleados? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿Estás pagando la Seguridad Social y el seguro médico? ¡Cuántos hombres y mujeres tienen fe, pero separan las tablas de la Ley! —¡Sí, sí, yo cumplo! Pero, ¿das limosna? —Sí, sí, siempre hago un donativo a la Iglesia. Ah, bueno, eso está bien, pero, ¿en tu Iglesia, en tu casa, con los que dependen de ti —ya sean hijos, abuelos o empleados—, eres generoso, eres justo? ¡No puedes dar donativos a la Iglesia si no eres justo con tus empleados! Eso es un pecado gravísimo: ¡es usar a Dios para tapar una injusticia! Y eso es lo que el profeta Isaías, en nombre del Señor, nos dice hoy: no es un buen cristiano el que no hace justicia con las personas que dependen de él. Ni es buen cristiano el que no se desprende de algo necesario para dárselo a otro que le haga falta.
 El camino de la Cuaresma es, pues, doble: con Dios y con el prójimo: o sea real, no meramente formal. No es no comer carne los viernes, o dar algo, pero luego ser egoísta, explotar al prójimo o ignorar a los pobres. Hay quien, si necesita curarse, va al hospital y, como es socio de una mutua, le atienden enseguida. Eso es bueno: ¡dale gracias a Dios! Pero, dime, ¿has pensado en los que no tienen esa prestación social en el hospital y, cuando llegan, tienen que esperar 6, 7, 8 horas, incluso para una urgencia? Hay gente aquí, en Roma, que vive así, y la Cuaresma sirve para pensar en ellos: ¿qué puedo hacer por los niños, por los ancianos, que no tienen la posibilidad de ser atendidos por un médico, y que quizá esperan ocho horas y luego les dan cita para no se sabe cuándo? ¿Qué haces por esa gente? ¿Cómo será tu Cuaresma? —Bueno, ¡gracias a Dios, yo tengo una familia que cumple los mandamientos, y no tenemos problemas. Ya, pero, en esta Cuaresma, ¿en tu corazón hay sitio para los que no han cumplido los mandamientos, para los que se han equivocado y están en la cárcel? —¡Con esa gente no!  Pues mira: ellos están encerrados, y si tú no estás en la cárcel es porque el Señor te ha ayudado a no caer. ¿En tu corazón caben los encarcelados? ¿Rezas por ellos, para que el Señor les ayude a cambiar de vida?
 Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma, y que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre acompañada por la sinceridad de corazón, le hemos pedido. ¡Pues que el Señor nos conceda esta gracia!

Comentario de Pablo Sebastián @PablosSBb Estudiante de Arquitectura en la UAH

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¿Mortificarse? ¿Para qué?

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image007“Tenemos que mortificarnos si queremos vivir una vida auténticamente cristiana”. Pero… ¿por qué? ¿Mortificarse qué es? ¿Fastidiarse? ¡Claro que no! No podemos pensar que la mortificación es “fastidiarse” por fastidiarse. Tiene sentido.
No es que los cristianos seamos masocas. Todo el mundo comete pecados. Estos, además de hacernos débiles y dejarnos sin fuerzas, ofenden a Dios y debilitan nuestra amistad con Él. Como somos conscientes de que ofendemos a Dios con frecuencia, debemos hacer algo que nos aleje del pecado y de la tentación y que reparen a Dios el daño que le hemos hecho. Y ese algo es el sacrifico. Es un sacrificio por Dios y por los demás que «matará al pecado, nos unirá más al Señor y nos hará tener más dominio de nosotros mismos». Recordemos que “el pecado es el alejamiento de Dios buscando la propia satisfacción”, luego “la santificación es el camino contrario: la renuncia a la propia satisfacción buscando a Dios”. Y claro que cuesta, pero merece la pena.
image013Al igual que si yo rompo algo que no es mío, no me conformo con pedirle perdón al dueño; sino que me gusta arreglarlo, lo mismo ocurre con Dios. La mortificación sería ese arreglo que yo quiero hacer debido a las ofensas hechas a Dios. Es sacrificarme por amor a Dios y a los demás.
¿Y de qué me mortifico? ¡Tranquilo! Que a veces pensamos que mortificarse es hacer cosas raras. ¡Pero qué va! Mortificarse también es estudiar cuando no apetece, disimular los dolores, vencer la pereza en el minuto heroico, ser puntual en el estudio, dejar de escuchar  música a todas horas, o el móvil, sonreír cuando más nos cuesta… Hay miles de cosas en el día que suponen un sacrificio, y no es necesario hacer cosas del otro mundo para ello. Simplemente, muchas veces, es hacer lo que toca aunque no apetezca. «Y gracias a ese dominio de nosotros mismos, afrontaremos las dificultades y las tentaciones con más facilidad».
image012Además, esa mortificación es importante a la hora de tratar a Dios, ya que sin esos sacrificios, es difícil ser constante en nuestro trato con Él. Caeremos en esa pereza de no ir a Misa porque no apetece, o de no hacer oración… “Y aunque uno no lo quiera, se irá desangrando en el camino de su cercanía con Dios porque se encuentra sin fuerza alguna”.
A Jesús tampoco le apeteció morir en una Cruz, pero lo hizo por ti y por mí: por salvarnos del pecado. “La Cruz fue el precio que Cristo pagó por tu felicidad. ¿No te surge un deseo grande de decirle a Jesús que vale ya de guiarse por el me apetece, por buscar solo una vida cómoda y una vida fácil que ni te hace feliz ni te hace suyo?” La mortificación es una manera de demostrar a Jesús, que lo dio todo por nosotros, que le queremos.
Viviré para ÉlPiensa en pequeños detalles que puedas sacrificarte cada día y ofrécelos por amor a Dios. Ofrécelos por tus padres, por tus hermanos, tu familia, tus amigos, el Papa, apostolado… ¡Hay tantas cosas por las que ofrecer!
Siempre es buena esta mortificación, pero ahora que estamos en Cuaresma, que es tiempo de penitencia y de purificación, conviene tenerla más en cuenta ya que es una manera de olvidarnos del cuerpo para darle importancia al alma. Verás que feliz eres sin buscar siempre tu satisfacción, haciendo lo que debes hacer en cada momento y… ¡lo más importante!: no pensando tanto en uno mismo, sino pensando más en Dios y en los demás.  No olvides que esa mortificación te hará más santo.  Luego, ¿merece la pena, no? 

Elena Cepeda @cepe95 Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM

Reflexión en tornos al libro “A Dios le importas” de Antonio Pérez Villahoz

A Dios le importas

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Hablar con JesúsEstamos en Cuaresma: tiempo de oración y penitencia. Es un tiempo para que Dios nos hable en el corazón. ¡Qué mejor momento de escribir un artículo sobre la oración que a siete días de haber empezado este tiempo litúrgico!
Pues bien, hacer oración no es sentarse delante del Sagrario y oír el rollo que llevo en mi cabeza, mis movidas de la imaginación… Hacer oración es hablar con Dios y escucharle. “Jesús nos está esperando en el Sagrario y en el fondo del alma para hablar con nosotros”. Muchas veces tendemos a hacer saber a Dios lo que queremos en vez de conocer lo que Él quiere decirnos. Y este es el fruto más importante de la oración. Claramente también vamos a pedir pero sin olvidar que Él sabe mejor que tú lo que necesitas. Puede servirte ayudarte de un libro, pero lo importante es contarle a Jesús lo que llevas dentro con tus palabras, tanto lo bueno como lo malo.
Por lo tanto lo primero que debemos hacer es pararnos, parar los pensamientos de la cabeza, dejar de pensar en todo lo que tienes que hacer cuando acabes, en si tienes sueño, en si estás cansado… y pensar que estás delante de Dios, ponerte en presencia de Dios.
 “Un obstáculo enorme que nos impide rezar bien es saber que estamos manchados por dentro y el diablo nos tienta con la idea de que así no merece la pena acercarse a Dios, que Dios solo nos quiere cuando hacemos las cosas bien”. Pues esto no es así, no te dejes engañar. Esos momentos son en los que más necesitamos a Dios. Haz un acto de contrición, pídele perdón y continúa con tu rato de oración. Eso sí, no olvides confesarte cuanto antes.
Y ahora viene lo más difícil… ¿Cómo sé que Dios me habla? “Pues lo hace en el fondo del corazón”. “Esas buenas ideas, esos buenos deseos que se te ocurren mientras estás haciendo oración”, ¡es Dios hablándote! “Ese deseo de ser mejor, de querer ser más santo, de hacer más apostolado…” ¡es cosa de Dios, son palabras suyas!
“Una persona que desee ser amigo de Jesucristo, ha de proponerse orar con constancia”. Esos días que no apetezcan, que no sientas nada… ¡esos días también! “¿Nunca te ha pasado que te veías alejado de Dios, que te encontrabas vacío y sin fuerzas por dentro y has caído en la cuenta de que llevabas días sin sentarte a hablar con Jesucristo?”. Puede que el Señor esté permitiendo esa falta de sentimiento para que purifiques tu alma y aumentes la confianza en Él. Dios nos pone a prueba. En esos momentos, siéntate delante de Él y dile que le quieres; y si ves que Él no te dice nada, díselo tú. Poco a poco, tu corazón volverá a vibrar.
Sabrás que estás haciendo bien oración porque te hará mejor, te hará cambiar: “te hará más generoso cuando entrabas más egoísta, te hará más piadoso cuando entrabas más frío, te quitará el enfado que llevabas, te hará más fuerte cuando estás más débil, te hará más cariñoso, más apostólico, más constante, más trabajador, más confiado… Es así como Dios actúa en nosotros”.
Hacer oración es un don de Dios, una ayuda para nosotros, “es su Gracia que nos transforma, pero si tú no pones de tu parte, si tú no quieres, Él no puede…”. Jesús llama a nuestra puerta, pero somos nosotros los que tenemos el picaporte para poder abrírsela. No cambies el hacer oración por tu pereza, no le tengas miedo: escúchale. Ni la hagas de mala gana como si le estuvieses haciendo un favor a Él. “¡Que no, que lo que quiere Dios de ti es que seas el hombre más feliz del mundo! Ábrele el corazón de par en par y verás que felicidad la tuya”.

Elena Cepeda @cepe95 Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM

Reflexión en tornos al libro «A Dios le importas» de Antonio Pérez Villahoz

Fortalezcan sus corazones (mensaje del Papa para la Cuaresma 2015)

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015  Fortalezcan sus corazones (St 5,8)
Queridos hermanos y hermanas:
Featured Image -- 941La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.
papa francisco a la escuchaLa Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta254,14 julio 1897).
 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf.Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
fcoEn primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís