Hace unas semanas tuvimos la suerte de contactar con Rocío Miralles, diplomada en Turismo con un Máster en Dirección de Comunicación y Nuevas tecnologías. Una joven de 27 años con las ideas más que claras y con una perspectiva muy diferente a lo habitual. Apasionada por la escritura nos revela su carácter tímido, pero que no le impide decir las cosas tal cual las piensa.
“Es sólo una ventana abierta donde observar en palabras. Una mirada profunda, crítica algunas veces, cómica en otras, pero al final, una mirada más. Aviso a los lectores que este espacio va a ser alimentado según vengan las inspiraciones, temas, curiosidades varias del ir y venir de la vida misma”. Leer el resto de esta entrada »
Todos hemos empezado ya el curso: estudio, trabajo… todos sentimos ya el agobio y el estrés típico del día a día y seguro que muchos estamos deseando que llegue un fin de semana, el siguiente puente o las siguientes vacaciones para tener algún momento de descanso. No te preocupes, es normal y está muy bien. Pero he de decirte que, aunque estés deseando que pase todo esto, todo el trabajo y el estudio de estos días merece la pena y ¡es bueno! Veamos por qué.
Dios creó al hombre para que gobernase el mundo. El trabajo existía desde los primeros momentos de la Creación, pero fue a partir del pecado original cuando éste empezó a costar esfuerzo. Luego, cuando tú y yo trabajamos estamos participando de la Creación. En el Génesis, después de cada cosa que Dios iba creando pone: “y vio Dios que era bueno” por lo que cuando acabamos nuestra jornada de estudio y/o trabajo, es un buen momento para preguntarle a Dios: ¿has visto si mi trabajo ha sido bueno?
Aquí está la clave: ¿qué es para Dios un “trabajo bueno”? No es sólo aquel que nos ha salido estupendo, sino es aquel en el que también hemos puesto todo nuestro esfuerzo y todo nuestro amor.
No debemos estudiar solo para aprobar, ni trabajar solo porque es lo que toca y hay que ganar dinero; sino que tenemos que hacerlo de cara a Dios y por amor a Él. Nosotros estamos aquí para ser santos y ¡tú puedes ser santo a través del estudio y del trabajo! y santo “es el que ofrece a Dios su trabajo bien hecho y convierte ese esfuerzo en una ofrenda a Dios”. Se trata de sacar una sonrisa a Dios. Cuando pienses que te ha ido muy mal el día de estudio o de trabajo, no te preocupes, a Dios se le ha caído la baba viendo lo mucho que te has estado esforzando. “Lo que Él quiere es que le ofrezcamos algo con cariño… y ese cariño se llama esfuerzo, se llama deseo de hacerlo por Él”. Acuérdate de Él antes de empezar y ofréceselo por tu familia, por tu apostolado con tal amigo, por el Papa… Ponte un crucifijo cerca y cada vez que te entren las ganas de tirar la toalla dile: “Quiero estar contigo en la Cruz. Aquí sigo por amor a Ti y me voy a esforzar solo por Ti”.
Y cuando lleguen los exámenes no te olvides de Dios: “si por exámenes dejas de ir a Misa o de hacer oración, no digas que santificas tu estudio. Di que eres un desordenado y que es tu pereza acumulada la que hace que cambies a Dios por media hora más de estudio”. ¡No le dejes de lado nunca! Él te lo recompensará y le pondrás muy contento. “¿No crees que es un poco incoherente querer ser santo a través del estudio y que sea tu estudio el que te aleje de Dios?”.
Además, el estudio y el trabajo nos tienen que servir también para ayudar a los demás. Tenemos que intentar destacar y hacer todo con espíritu cristiano. Con tu ejemplo harás mucho bien a todos los de tu alrededor y gracias a tu trabajo bien hecho, a tu esfuerzo y a esa sonrisa que has tenido en todo momento, los demás verán a Cristo en ti y será una manera de poder hacer apostolado. Y por supuesto, el trabajo y el estudio nos hará fomentar nuestras virtudes e ir mejorando en ellas.
¿Has visto como sí que era bueno estudiar y/o trabajar tanto para con Dios, como para con los demás, como para conmigo mismo?
Para llegar al Cielo tenemos que santificar nuestra vida ordinaria: ¿qué voy a santificar entonces si no santifico lo que hago la mayor parte del día: estudiar o trabajar? ¡Ánimo, te estás ganando el Cielo!
San Josemaría decía en un punto de Camino: “oras, te mortificas, trabajas en mil cosas de apostolado…, pero no estudias. — No sirves entonces si no cambias”. Pídele ayuda al Señor para que te enseñe a encontrarle entre tus libros, en tu mesa de trabajo… y para que sepas hacer todo siempre por Él.
Elena Cepeda@cepe95Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM
Reflexión en torno al libro “A Dios le importas” de Antonio Pérez Villahoz
“¿Cuánto cuenta Dios en tu vida? ¿Cómo influye en tu día concreto? ¿Hasta qué punto Dios es importante en tu existencia? Tienen miga estas preguntas porque de su respuesta podemos concluir cómo es nuestra presencia de Dios”.
Pero… ¿eso qué es? La presencia de Dios es descubrir Su mirada. Pero no una mirada para estar pendiente de todo lo que haces mal; sino una mirada protectora con interés amoroso. “Si descubriéramos la mirada de Dios en todo lo que nos pasa, veríamos a un padrazo al que se le cae la baba por nosotros, que solo quiere alentarnos, darnos ánimos, decirnos de mil modos que nos quiere con locura”.
Saber cómo es nuestra presencia de Dios es tan sencillo como preguntarse si te acuerdas de ofrecer tu trabajo o tu estudio, si Dios influye en esa reacción que tienes cuando te han dado una mala nota o una buena, si te acuerdas de qué Dios está contigo en ese día de bajón o ese día en el que parece que todo te sale mal… O simplemente si de vez en cuando le dices que le quieres o le das gracias por todo lo que te da. Y es que “quien no trata a Dios en su vida cotidiana, quien no lo descubre dentro de su libro de matemáticas, en mitad de un campo de fútbol, entre cervezas con sus amigos, escuchando una canción o tratando de ayudar a quien lo necesita, de verdad que no lo encontrará nunca”.
Dios nos habla muchas veces a lo largo del día y tiene muchos detalles de cariño, pero nosotros vamos tan a lo nuestro que ni nos enteramos. San Josemaría decía que el oratorio que más le gustaba era la calle. Y es que “ese encontrar a Dios en lo cotidiano, ese dialogar con Él en medio de nuestra vida concreta, es el modo ordinario que tenemos para enamorarnos de Cristo”. Por eso, tener presencia de Dios no es ninguna tontería: “es lo que hace que la lucha interior sea verdadera y sea auténtica”, que no sea hacer la oración, o rezar el Ángelus, o ir a Misa porque toca o porque te dicen que lo hagas; sino porque tú quieres y le quieres.
Dios sale al encuentro en mil cosas que a veces no nos damos cuenta. Él nos habla de manera discreta: con ese cartel que te ha hecho pensar, esa frase de tu madre, esa conversación con ese amigo, ese pensamiento que se te ha ocurrido mientras ibas en el metro o mientras hacías oración, etc. Pero a veces vamos tan entretenidos y tan dispersos que no nos damos ni cuenta. ¿Qué podemos hacer para que esto no ocurra? Lo primero es hacer oración: dedicar unos minutillos de nuestro día a hablar con el Señor, en silencio. Lo segundo: la mortificación. Esto nos ayudará a ser más sensibles. Mortificarse con la música, con el móvil… para tener momentos de silencio y poder encontrarle. Claramente, los Sacramentos: en especial la Misa y la Confesión. Y por último buscarse cada uno pequeños trucos: decir jaculatorias cada vez que suena el móvil, al pasar por una Iglesia, cuando oigo blasfemias, cada vez que veo un crucifijo…
Con todo esto, trata de pensar cómo puedes mejorar tu presencia de Dios. Pídele ayuda a Él y luego ponte pequeños trucos que te ayuden. “Acuérdate siempre de que ese Dios que tanto te ama te suplica con su mirada que hables con Él, que le metas en tu vida concreta, que cuentes con Él siempre… en los momentos malos y también en los buenos. Eso es querer a Dios con obras, eso es poner a Cristo en el centro de tu vida”.
Elena Cepeda@cepe95Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM
Reflexión en torno al libro “A Dios le importas” de Antonio Pérez Villahoz
El primero en mancharse las manos fue Jesús, acercándose a los excluidos de su tiempo. Se ensució las manos, por ejemplo, tocando a los leprosos, curándolos. Y enseñando a la Iglesia la importancia de la cercanía. Lo cuenta el Evangelio de hoy: un enfermo de lepra que se adelanta y se postra ante Jesús, diciéndole: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mt 8,2). Y Jesús lo toca y lo sana.
El milagro ocurre a los ojos de los doctores de la ley, para quienes el leproso era un impuro. La lepra era una condena de por vida, y ¡curar a un leproso era tan difícil como resucitar un muerto! Por eso eran marginados. Jesús, en cambio, tiende la mano al excluido y muestra el valor fundamental de una palabra: cercanía. No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer la paz sin cercanía. No se puede hacer el bien sin acercarse. Jesús podía haberle dicho: ¡Cúrate! Pero no, se acercó y lo tocó (cfr. Mt 8,3). ¡Y mucho más, porque en el momento en que Jesús tocó al impuro, él mismo se hace impuro! Es el misterio de Jesús: toma sobre sí nuestras suciedades, nuestras cosas impuras. San Pablo lo dice muy bien: Siendo igual a Dios, no lo estimó como cosa a que aferrarse, sino que se anonadó a sí mismo (Flp 2,6-7). Y luego, San Pablo va más allá: Se hizo pecado (2Cor 5,21). ¡Jesús se hizo pecado, se excluyó, tomó sobre sí la impureza, por acercarse a nosotros!
Quien habla así es Philippe Ariño, homosexual español de 34 años, que actualmente enseña idiomas en París. Blogger y participante del mundo del activismo LGBT, se empezó a hablar de él en 2011, cuando reveló que había cambiado de vida. En 2013 guió en primera línea la batalla contra la legalización del “matrimonio para todos” francés y es autor del libro -ahora en italiano- Omosessualità controcorrente, que en Francia ha vendido más de diez mil copias.
Fue él quien aconsejó a Frigide Barjot, ex portavoz de la Manif pour tous, que no hablara de heterosexualidad, porque «entonces se pierde no sólo la batalla, sino también la guerra».
Entrevistado por Tempi.it, Ariño explica que «para salvar al ser humano de sí mismo hay que ir al origen del problema. Es lo que intentamos hacer en la calle con los Veilleurs» [los «veladores», los que están «en vela»].
-Cuéntenos su historia. ¿Cómo creció?
Tenía una pésima relación con mi padre y cuando era adolescente no conseguía tener amistades masculinas. Después entendí y admití que mis tendencias homosexuales eran el síntoma de una “herida”; sólo de esta manera mi sufrimiento empezó a disminuir.
»Ser homosexual es un sufrimiento, no es una elección o un pecado o algo inocuo: conozco a más de noventa personas con pulsiones homosexuales que han sido violadas. Ahora el mundo LGBT me odia por lo que digo, pero se lo repito también a ellos: la homosexualidad es una herida que no se alivia teniendo relaciones. Si no lo admites, nunca tendrás paz.
¿Por qué es bueno tener un plan de vida? Un plan de vida es una serie de prácticas de piedad que hacemos todos los días. Y a veces podemos pensar pero… ¿para qué? ¿Es obligatorio? No todos los días me apetecerá ir a Misa, o rezar el Rosario, o hacer el examen de conciencia por la noche: me quita mucho tiempo tanta obligación. ¡Pues no! Ahí está el problema: “esto nos pasa porque vemos el trato con Dios como una serie de obligaciones externas, no como un deseo de tratar a Dios personalmente”.
Lo primero que debemos hacer es quitarnos ese miedo a ese Dios que en verdad no existe. “Yo te recomiendo que te hagas ateo de ese dios cruel, de ese dios que te está mirando con el dedo levantado, de ese dios que es indiferente a lo que te pasa y a lo que le cuentas, de ese dios lejano, de ese dios concepto. Esa imagen de Dios hay que dinamitarla, hay que hacerse ateo de ese dios cuanto antes, por la sencilla razón de que no existe”. Si leemos bien el Evangelio, parándonos en cada pasaje y contemplando los sentimientos que tenía Jesús, nos daremos cuenta de que Dios es bueno (es misericordioso, llora por sus amigos, se alegra por ellos, respeta su libertad…). “Ese es el Dios que te pregunta si quieres conocerle; si quieres dejarle que te ayude, que te quiera, que te sane de tus enfermedades, y que alivie tus preocupaciones”.
Pues bien, ese es el problema: muchas veces nos cuesta tratar a Dios porque “tenemos una imagen de Dios como un personaje antipático, ausente e indiferente a tus problemas”. ¡Que no! Que a Dios le importas y te quiere con locura. Y entonces, cuando conocemos realmente cómo es Dios, ese tratarle, ese plan de vida empieza a tener sentido.
Y pueden surgir las siguientes preguntas: “¿No es mejor hacer las cosas solo si ese día siento que tengo que rezar o ir a Misa? ¿Para qué ponerme unas normas fijas si no sé si podré cumplirlas? ¿No es fácil que caiga en el “cumpli-miento” y esté más preocupado en poner la x al cumplir las normas que en cumplirlas bien?” Al igual que cuando alguien tiene un novio/a y quiere que ese amor crezca, le trata todos los días para que ese amor no se enfríe; con Dios ocurre lo mismo. Por eso, este plan de vida es una manera de conseguir que el trato con Dios no se apague. Hablar con Dios cuando me apetezca, cuando lo necesite, sólo cuando tenga tiempo… hará que el trato se enfríe y además será signo de pereza y egoísmo.
“Por eso, el único secreto de un plan de vida bien vivido es hacerlo por amor… no como una obligación externa”. Debemos tratar a Dios de una manera personal, sin pensar que se trata de una serie de devociones, y de esta manera seremos felices.
Y la gran pregunta es: ¿qué prácticas de piedad hago? Las que tu veas después de hablarlo con Dios y después de las ayudas que hayas recibido de tu director espiritual. Piensa y habla con Jesús si cada mañana después de levantarte puedes hacer el ofrecimiento de obras; si puedes ir a Misa todos los días o los días que te propongas; si puedes rezar el Ángelus al mediodía; si puedes hacer la Visita al Santísimo y rezar el Rosario; y por último, si puedes hacer el examen de conciencia y las Tres Avemarías de la noche. Una vez que lo tengas, pídele ayuda al Señor para que a la hora de cumplirlas no venga la pereza.
Y si luchas por cumplir esto sin escusas de exámenes, de falta de tiempo, de que es verano, de que no me apetece… si lo cumples siempre “sabrás que tu amor a Dios es cierto porque va acompañado de las obras”. Y de esta manera verás como el amor a Dios va creciendo y necesitarás la oración, la Misa, el trato con Él. “Verás como Dios no defrauda nunca. Es el mejor amigo que jamás podrás conocer”.
Elena Cepeda@cepe95Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM
Reflexión en tornos al libro “A Dios le importas” de Antonio Pérez Villahoz
Hasta hoy siempre me había desesperado cuando no salían las cosas como yo quería. Nos suele doler a todos ver cómo lo que te propusiste, lo que sabías que tenías que hacer, no sale. Es más, que incluso lo haces peor que antes. Empiezas a pensar que no sirves para esto, que te queda grande la vida y, más aún, el reto de ser cristiano. Que no merece la pena luchar por lo crees, que el mundo está como está y que ya bastante haces. Millones de teorías te y me inundan la cabeza… y es tan fácil creértelas…
Gracias a ti, Dios mío, mi propósito, mi vocación, es seguirte, conocerte, tratarte y amarte. Y por eso sé que tú no me miras con los ojos que yo me miro. Te tengo que dar las gracias porque cuando me miras –cuando Dios nos mira, a ti también- no ves el fracasado que injustamente yo veo, no ves a alguien que hace mal las cosas, no ves a un miserable. Tú Señor ves todo lo contrario.
“Tenemos que mortificarnos si queremos vivir una vida auténticamente cristiana”. Pero… ¿por qué? ¿Mortificarse qué es? ¿Fastidiarse? ¡Claro que no! No podemos pensar que la mortificación es “fastidiarse” por fastidiarse. Tiene sentido.
No es que los cristianos seamos masocas. Todo el mundo comete pecados. Estos, además de hacernos débiles y dejarnos sin fuerzas, ofenden a Dios y debilitan nuestra amistad con Él. Como somos conscientes de que ofendemos a Dios con frecuencia, debemos hacer algo que nos aleje del pecado y de la tentación y que reparen a Dios el daño que le hemos hecho. Y ese algo es el sacrifico. Es un sacrificio por Dios y por los demás que «matará al pecado, nos unirá más al Señor y nos hará tener más dominio de nosotros mismos». Recordemos que “el pecado es el alejamiento de Dios buscando la propia satisfacción”, luego “la santificación es el camino contrario: la renuncia a la propia satisfacción buscando a Dios”. Y claro que cuesta, pero merece la pena.
Al igual que si yo rompo algo que no es mío, no me conformo con pedirle perdón al dueño; sino que me gusta arreglarlo, lo mismo ocurre con Dios. La mortificación sería ese arreglo que yo quiero hacer debido a las ofensas hechas a Dios. Es sacrificarme por amor a Dios y a los demás.
¿Y de qué me mortifico? ¡Tranquilo! Que a veces pensamos que mortificarse es hacer cosas raras. ¡Pero qué va! Mortificarse también es estudiar cuando no apetece, disimular los dolores, vencer la pereza en el minuto heroico, ser puntual en el estudio, dejar de escuchar música a todas horas, o el móvil, sonreír cuando más nos cuesta… Hay miles de cosas en el día que suponen un sacrificio, y no es necesario hacer cosas del otro mundo para ello. Simplemente, muchas veces, es hacer lo que toca aunque no apetezca. «Y gracias a ese dominio de nosotros mismos, afrontaremos las dificultades y las tentaciones con más facilidad».
Además, esa mortificación es importante a la hora de tratar a Dios, ya que sin esos sacrificios, es difícil ser constante en nuestro trato con Él. Caeremos en esa pereza de no ir a Misa porque no apetece, o de no hacer oración… “Y aunque uno no lo quiera, se irá desangrando en el camino de su cercanía con Dios porque se encuentra sin fuerza alguna”.
A Jesús tampoco le apeteció morir en una Cruz, pero lo hizo por ti y por mí: por salvarnos del pecado. “La Cruz fue el precio que Cristo pagó por tu felicidad. ¿No te surge un deseo grande de decirle a Jesús que vale ya de guiarse por el me apetece, por buscar solo una vida cómoda y una vida fácil que ni te hace feliz ni te hace suyo?” La mortificación es una manera de demostrar a Jesús, que lo dio todo por nosotros, que le queremos.
Piensa en pequeños detalles que puedas sacrificarte cada día y ofrécelos por amor a Dios. Ofrécelos por tus padres, por tus hermanos, tu familia, tus amigos, el Papa, apostolado… ¡Hay tantas cosas por las que ofrecer!
Siempre es buena esta mortificación, pero ahora que estamos en Cuaresma, que es tiempo de penitencia y de purificación, conviene tenerla más en cuenta ya que es una manera de olvidarnos del cuerpo para darle importancia al alma. Verás que feliz eres sin buscar siempre tu satisfacción, haciendo lo que debes hacer en cada momento y… ¡lo más importante!: no pensando tanto en uno mismo, sino pensando más en Dios y en los demás. No olvides que esa mortificación te hará más santo. Luego, ¿merece la pena, no?
Elena Cepeda @cepe95 Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM
Reflexión en tornos al libro “A Dios le importas” de Antonio Pérez Villahoz