Papa Francisco

Renovación Carismática Católica: dejar que el Espíritu Santo revolucione todo

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Nombre: Óscar de la Fuente

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                  –Renovación Carismática

                   Católica en España

Web: Renovación Carismática Católica

Edad: 28 años

Estudios: Periodista

Origen

img_1340-1La Renovación Carismática Católica es una corriente de gracia nacida en la Universidad de Duquesne en Pittsburgh, (Pennsylvania, EEUU) en febrero de 1967 durante un retiro universitario en el que los participantes pidieron el don del Espíritu Santo. En 2017 celebramos los 50 años de esta realidad que en sus diferentes manifestaciones ha impactado a cerca de 100 millones de católicos en todo el mundo en sus diferentes manifestaciones como grupos de oración, comunidades, etc. Al ser una realidad tan dinámica, pluriforme y sin fundadores es difícil de comprender al inicio pero después te engancha si es tu camino. A nivel internacional tenemos dos organizaciones de representación -que no de gobierno- en la Iglesia católica: el ICCRS (Internacional Catholic Charismatic Renewal Services) y la Fraternidad Católica de Comunidades. Cabe destacar que la espiritualidad carismática también tiene presencia en otras denominaciones cristianas lo que le da un papel importante en el ecumenismo. Leer el resto de esta entrada »

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#24horasparaelSeñor

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#24horasparaelSeñor , una iniciativa en la que el Papa Francisco tiene puesta sus ilusiones en esta cuaresma

«¿Qué es el amor?¿De dónde viene el verdadero amor?» Papa Francisco

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dios es amorAmor, compasión. ¡Qué distintos pueden entenderlos Dios y el hombre! En su primera Carta, el Apóstol Juan hace una larga reflexión sobre los dos mandamientos principales de la vida de fe: el amor a Dios y el amor al prójimo.
El amor en sí es hermoso, amar es bonito. Sin embargo, un amor sincero se hace fuerte y crece en el don de la propia vida. Esta palabra amor es una palabra que se usa muchas veces, pero no se sabe, cuando se usa, qué significa exactamente. ¿Qué es el amor? A veces pensamos en el amor de las telenovelas: no, eso no parece amor. O bien, nos puede parecer un entusiasmo por una persona y luego… se apaga. ¿De dónde viene el verdadero amor? Todo el que ama ha nacido de Dios (…), porque Dios es amor. No dice: Todo amor es Dios, sino: Dios es amor. Leer el resto de esta entrada »

¿Tengo ánimo, fuerza, valentía para tocar a los marginados? #enSantaMarta

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El primero en mancharse las manos fue Jesús, acercándose a los excluidos de su tiempo. Se ensució las manos, por ejemplo, tocando a los leprosos, curándolos. Y enseñando a la Iglesia la importancia de la cercanía. Lo cuenta el Evangelio de hoy: un enfermo de lepra que se adelanta y se postra ante Jesús, diciéndole: Señor, si quieres, puedes limpiarme (Mt 8,2). Y Jesús lo toca y lo sana.
El milagro ocurre a los ojos de los doctores de la ley, para quienes el leproso era un impuro. La lepra era una condena de por vida, y ¡curar a un leproso era tan difícil como resucitar un muerto! Por eso eran marginados. Jesús, en cambio, tiende la mano al excluido y muestra el valor fundamental de una palabra: cercanía. No se puede hacer comunidad sin cercanía. No se puede hacer la paz sin cercanía. No se puede hacer el bien sin acercarse. Jesús podía haberle dicho: ¡Cúrate! Pero no, se acercó y lo tocó (cfr. Mt 8,3). ¡Y mucho más, porque en el momento en que Jesús tocó al impuro, él mismo se hace impuro! Es el misterio de Jesús: toma sobre sí nuestras suciedades, nuestras cosas impuras. San Pablo lo dice muy bien: Siendo igual a Dios, no lo estimó como cosa a que aferrarse, sino que se anonadó a sí mismo (Flp 2,6-7). Y luego, San Pablo va más allá: Se hizo pecado (2Cor 5,21). ¡Jesús se hizo pecado, se excluyó, tomó sobre sí la impureza, por acercarse a nosotros!

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¿Sabes cuales son los dones del Espíritu Santo?

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 dones_espiritu_santo Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Don de sabiduría.

El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia…la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios… La sabiduría es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.
Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección.

entendimientoDon del entendimiento.

No se trata aquí de la inteligencia humana, de la capacidad intelectual de la que podemos estar más o menos dotados. Es, en cambio, una gracia que sólo el Espíritu Santo puede infundir y que suscita en el cristiano la capacidad de ir más allá del aspecto externo de la realidad y escrutar las profundidades del pensamiento de Dios y de su designio de salvación.
…el entendimiento permite «intus legere», es decir, «leer dentro»: este don nos hace comprender las cosas como las comprende Dios, con el entendimiento de Dios. Porque uno puede entender una situación con la inteligencia humana, con prudencia, y está bien. Pero comprender una situación en profundidad, como la entiende Dios, es el efecto de este don. Y Jesús quiso enviarnos al Espíritu Santo para que nosotros tengamos este don, para que todos nosotros podamos comprender las cosas como las comprende Dios, con la inteligencia de Dios. Es un hermoso regalo que el Señor nos ha hecho a todos nosotros. Es el don con el cual el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del designio de amor que Él tiene con nosotros.

consejoDon de consejo

«El Señor me aconseja, hasta de noche me instruye internamente» (cf. Sal 16, 7). Y este es otro don del Espíritu Santo: el don de consejo. Sabemos cuán importante es, en los momentos más delicados, poder contar con las sugerencias de personas sabias y que nos quieren. Ahora, a través del don de consejo, es Dios mismo, con su Espíritu, quien ilumina nuestro corazón, de tal forma que nos hace comprender el modo justo de hablar y de comportarse; y el camino a seguir.
El consejo, pues, es el don con el cual el Espíritu Santo capacita a nuestra conciencia para hacer una opción concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad y nos ayuda a no caer en manos del egoísmo y del propio modo de ver las cosas.

Don de fortaleza

Con el don de fortaleza, en cambio, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una gran ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos.
Este don debe constituir la nota de fondo de nuestro ser cristianos, en el ritmo ordinario de nuestra vida cotidiana.
Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se manifiesta de modo extraordinario… La Iglesia resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y hermanas que no dudaron en entregar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en muchas partes del mundo siguen celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto.

Don de ciencia

cienciaCuando se habla de ciencia, el pensamiento se dirige inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y descubrir las leyes que rigen la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, sin embargo, no se limita al conocimiento humano: es un don especial, que nos lleva a captar, a través de la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada creatura.
Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu, se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él y de su amor. Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo sentido de gratitud.
el don de ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas. La primera la constituye el riesgo de considerarnos dueños de la creación. La creación no es una propiedad, de la cual podemos disponer a nuestro gusto; ni, mucho menos, es una propiedad sólo de algunos, de pocos: la creación es un don, es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que cuidemos de él y lo utilicemos en beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud. La segunda actitud errónea está representada por la tentación de detenernos en las creaturas, como si éstas pudiesen dar respuesta a todas nuestras expectativas. Con el don de ciencia, el Espíritu nos ayuda a no caer en este error.

Don de piedad

piedadEs necesario aclarar inmediatamente que este don no se identifica con el tener compasión de alguien, tener piedad del prójimo, sino que indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, incluso en los momentos más difíciles y tormentosos.
Este vínculo con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición. Es un vínculo que viene desde dentro. Se trata de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo, de alegría.
Si el don de piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a volcar este amor también en los demás y a reconocerlos como hermanos.

Don de temor de Dios

No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho
El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados.
Pero, atención, porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiraniza, cuando vive sólo para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz.

Catequesis del Papa Francisco

Recopilado por Maxi Troncoso @maxitroncoso30 1º de Teología en la U. Navarra

El mensaje de la Iglesia es de valentía cristiana

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«Pedro y Juan piden al Señor que mire sus amenazas y conceda a sus siervos no escapar, sino proclamar con toda franqueza su Palabra. También hoy el mensaje de la Iglesia es el mensaje de la franqueza, de la valentía cristiana». Esa valentía nos hará seguir hablando de Cristo como los apóstoles, que «del temor pasaron a la franqueza, a decir las cosas con libertad.»
 Hay que decir que «el verdadero protagonista es el Espíritu Santo, porque es el único capaz de darnos la gracia del valor para anunciar a Jesucristo.»
«Y esa valentía del anuncio es la que nos distingue del simple proselitismo. No hacemos publicidad para tener más socios», los cristianos por mandato de amor llevamos a Cristo (que es el Camino, la Verdad y la Vida) a los demás.
«Cuando Jesús habla de nacer de nuevo, nos da a entender que es el Espíritu quien nos cambia, quien viene desde cualquier sitio, como el viento: sentimos su voz.» Que nos sugiere la Voluntad de Dios para nosotros,  lo  que conocemos comúnmente como «Conciencia». «Y solo el Espíritu es capaz de cambiarnos de actitud, de cambiar la historia de nuestra vida, de cambiar nuestra pertenencia.»
«El camino del valor cristiano es una gracia que da el Espíritu Santo» por eso debemos «pedir la gracia de recibir al Espíritu para que nos dé el verdadero valor de anunciar a Jesucristo.»

Jesús García León @sitogleon   1º de Fisioterapia en la UAH.

Comentario a la homilía de la Misa en Santa Marta, Lunes 13 de abril

 

“Nadie puede verse excluido de la misericordia de Dios” Papa Francisco

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Tras la lectura del Evangelio de la mujer arrepentida enjugando los pies del Señor (fc. Lc 7, 36-50) el Papa nos enseña como Jesús se muestra como un Dios Compasivo y de esta lectura nos podemos quedar con dos palabras esenciales: Amor y Juicio.
Esta el amor de la mujer arrepentida que se humilla ante los pies del Señor, pero antes de ese amor está el Amor de Dios misericordioso que ayuda a la mujer a acercarse a Jesús. Los gestos de la mujer, lavar los pies del señor secárselos posteriormente con sus cabellos, sus besos de arrepentimiento y el ungüento del perfume son todos actos de amor de una persona que sabe con certeza que será perdonada. Esta certeza es la que nos remarca el Papa que no debemos perder. Jesús nos da la certeza de que es un Dios misericordioso; quien mucho ama, mucho perdona y así, Dios que ama hasta el infinito perdonara en la misma proporción.
Francisco nos transmite otro mensaje importante tras esta lectura: Dios no se guarda nada para Él “cuando Dios perdona, olvida. Es un gran perdón el de Dios”.
Por otra parte nos advierte para no caer en un amor de formalidad como el del fariseo que se limitó a atender a su invitado. Este amor te limita al verdadero Amor que lleva al trato íntimo con Dios, es por esto que no entiende a la mujer arrepentida, hasta que Jesús se lo explica a través de la parábola.
Jesús nos llama para que le ofrezcamos un  Amor completo que no se detenga solo en las formalidades y en la superficialidad de las cosas, nos llama a mira lejos más allá de lo superficial. Nos anima, por tanto, a no juzgar a las personas ya que como dice el Papa: “Nadie puede verse excluido de la misericordia de Dios” No importa pues cuán grande sea el pecado si el arrepentimiento de este está en la misma proporción.
El Papa Francisco termina la homilía proclamando así el Año Santo de la Misericordia que dará comienzo en la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y terminara el 20 de Noviembre de 2016.

Pablo Sebastián  @PablosSBb    2º de Arquitectura en la UAH. 

Comentario a la Homilia del Papa Francisco de 14-III-2015

Evangelio de ese día:

36 Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume. 39 Cuando vio esto el fariseo que lo había convidado, dijo para sí: «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora.» 40 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo:

—Simón, una cosa tengo que decirte.

Y él le dijo:

—Di, Maestro.

41 —Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. 42 No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos lo amará más?

43 Respondiendo Simón, dijo:

—Pienso que aquel a quien perdonó más.

Él le dijo:

—Rectamente has juzgado.

44 Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón:

—¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama.

48 Y a ella le dijo:

—Tus pecados te son perdonados.

49 Los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí:

—¿Quién es éste, que también perdona pecados?

50 Pero él dijo a la mujer:

—Tu fe te ha salvado; ve en paz.

El camino de la Cuaresma es doble: con Dios y con el prójimo

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El Papa Francisco nos da la bienvenida a la Cuaresma para que la vivamos cara a Dios y cara a los demás y sin una no podemos cumplir la otra, pues ambas van de la mano. Una Cuaresma dedicada a Dios pero olvidándose por completo de las personas que están a nuestro alrededor es una Cuaresma infértil y, por tanto, no dará frutos. “Si quieres hacer penitencia real y no formal, debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo”.
También nos recuerda que no debemos juzgar a la gente por sus errores y que debemos pensar en este tiempo de Cuaresma más profundamente por los que se han desviado del camino y pedir porque rehagan sus vidas de cara a Dios.
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta (20/2/2015)
El pueblo se queja ante el Señor porque no escucha sus ayunos, acabamos de leer en Isaías (cfr. 58,1-9a). Hay que distinguir entre lo formal y lo real. Para el Señor, no es ayuno no comer carne, y luego pelearse y abusar de los obreros. Por eso, Jesús condena a los fariseos, porque cumplen muchas observancias exteriores, pero sin la verdad del corazón. El ayuno que quiere Jesús, en cambio, es el que abre las prisiones injustas, hace saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, …parte el pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que desnudo y no cierra a su propia carne (cfr. Ibidem.) Ese es el ayuno auténtico, que no es solo exterior, de observancia externa, sino un ayuno que sale del corazón.
 En las tablas de la Ley se recogen tanto las leyes respecto a Dios como las leyes respecto al prójimo, y las dos van juntas. No puedo decir: Yo cumplo los tres primeros mandamientos, y los otros… más o menos. No, si no cumples éstos, no cumples aquellos, y si cumples éstos, tienes que cumplir los otros. Van unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si quieres hacer penitencia real y no formal, debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo.
 Se puede tener mucha fe, pero —come dice el Apóstol Santiago— ¿de qué sirve si uno dice que tiene fe, y no tiene obras? (Sant 2,14). Así, si uno va a Misa todos los domingos y comulga, se le puede preguntar: ¿Cómo es el trato con tus empleados? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿Estás pagando la Seguridad Social y el seguro médico? ¡Cuántos hombres y mujeres tienen fe, pero separan las tablas de la Ley! —¡Sí, sí, yo cumplo! Pero, ¿das limosna? —Sí, sí, siempre hago un donativo a la Iglesia. Ah, bueno, eso está bien, pero, ¿en tu Iglesia, en tu casa, con los que dependen de ti —ya sean hijos, abuelos o empleados—, eres generoso, eres justo? ¡No puedes dar donativos a la Iglesia si no eres justo con tus empleados! Eso es un pecado gravísimo: ¡es usar a Dios para tapar una injusticia! Y eso es lo que el profeta Isaías, en nombre del Señor, nos dice hoy: no es un buen cristiano el que no hace justicia con las personas que dependen de él. Ni es buen cristiano el que no se desprende de algo necesario para dárselo a otro que le haga falta.
 El camino de la Cuaresma es, pues, doble: con Dios y con el prójimo: o sea real, no meramente formal. No es no comer carne los viernes, o dar algo, pero luego ser egoísta, explotar al prójimo o ignorar a los pobres. Hay quien, si necesita curarse, va al hospital y, como es socio de una mutua, le atienden enseguida. Eso es bueno: ¡dale gracias a Dios! Pero, dime, ¿has pensado en los que no tienen esa prestación social en el hospital y, cuando llegan, tienen que esperar 6, 7, 8 horas, incluso para una urgencia? Hay gente aquí, en Roma, que vive así, y la Cuaresma sirve para pensar en ellos: ¿qué puedo hacer por los niños, por los ancianos, que no tienen la posibilidad de ser atendidos por un médico, y que quizá esperan ocho horas y luego les dan cita para no se sabe cuándo? ¿Qué haces por esa gente? ¿Cómo será tu Cuaresma? —Bueno, ¡gracias a Dios, yo tengo una familia que cumple los mandamientos, y no tenemos problemas. Ya, pero, en esta Cuaresma, ¿en tu corazón hay sitio para los que no han cumplido los mandamientos, para los que se han equivocado y están en la cárcel? —¡Con esa gente no!  Pues mira: ellos están encerrados, y si tú no estás en la cárcel es porque el Señor te ha ayudado a no caer. ¿En tu corazón caben los encarcelados? ¿Rezas por ellos, para que el Señor les ayude a cambiar de vida?
 Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma, y que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre acompañada por la sinceridad de corazón, le hemos pedido. ¡Pues que el Señor nos conceda esta gracia!

Comentario de Pablo Sebastián @PablosSBb Estudiante de Arquitectura en la UAH

Fortalezcan sus corazones (mensaje del Papa para la Cuaresma 2015)

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015  Fortalezcan sus corazones (St 5,8)
Queridos hermanos y hermanas:
Featured Image -- 941La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.
papa francisco a la escuchaLa Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta254,14 julio 1897).
 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf.Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
fcoEn primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís

Recordar el primer amor para no caer en la tibieza

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tibiezaNo ama en serio quien no recuerda los días del primer amor. Y un cristiano sin memoria de su primer encuentro con Jesús es una persona vacía, espiritualmente inerte, como suelen ser los tibios. Es lo que nos dice el comienzo de lectura de hoy, en la que el autor nos invita a recordar aquellos primeros días, en los que fuisteis—dice— iluminados por Cristo (cfr. Hb 10,32). El día del encuentro con Jesús no se puede olvidar nunca porque es el día de la gran alegría, de las ganas de hacer cosas grandes. Y, junto a la memoria, no podemos perder tampoco la valentía de los primeros tiempos y el entusiasmo y la franqueza, que nacen del recuerdo del primer amor.
La memoria es muy importante para recordar la gracia recibida, porque si perdemos el entusiasmo que proviene del primer amor, caemos en ese peligro tan grande para los cristianos: la tibieza. Los cristianos tibios: están ahí, quietos; sí, son cristianos, pero han perdido la memoria del primer amor. Y también han perdido el entusiasmo. Incluso han perdido la paciencia, no toleran las cosas de la vida con el espíritu del amor de Jesús; tolerar, llevar sobre los hombros las dificultades. ¡Los cristianos tibios pobrecillos están en grave peligro!
Cuando pienso en los cristianos tibios, me vienen a la cabeza dos imágenes tan expresivas como desagradables. La que evoca Pedro, del perro que vuelve a su vómito (2Pe 2,22), y la de Jesús, para quien hay personas que, al seguir el Evangelio, expulsan al demonio, pero cuando éste vuelve con más fuerza, le abren la puerta por no estar en guardia, y el demonio toma posesión de aquella casa (Mt, 12,45)  inicialmente limpia y aseada. Que es como decir volver al vómito de aquel mal en un primer tiempo rechazado. Sin embargo, el cristiano tiene dos parámetros: la memoria y la esperanza. Retener la memoria para no perder la experiencia tan hermosa del primer amor, que alimenta la esperanza. Muchas veces la esperanza puede parecer oscura, pero se sigue adelante. Cree y va a encontrar a Jesús,porque sabe que la esperanza no defrauda.
Estos dos parámetros son el marco en el que podemos conservar la salvación de los justos que viene del Señor. Una salvación, dice el Evangelio, que hay que proteger para que el pequeño grano de mostaza crezca y dé su fruto (cfr. Mc 4,32). Dan pena y hacen daño al corazón tantos cristianos a medias, tantos cristianos fracasados en el camino hacia el encuentro con Jesús, partiendo del encuentro con Jesús. Ese camino en el que han perdido la memoria del primer amor y la esperanza. Pidamos al Señor la gracia de proteger este regalo, el don de la salvación.

Papa Francisco. Homilía de la Misa en Santa Marta, Viernes, 30 de enero de 2015