Hace unos días una amiga me contaba emocionada como a través de ella, Dios había tocado el corazón de una compañera suya. Estaba impresionada porque nunca habría imaginado que de cosas tan simples como su forma de ser o de vivir, podría servirse Dios para llegar a las personas. Y es que Dios es así, no deja de sorprendernos… Consigue de pequeños detalles cosas inimaginables. Sin embargo, muchas veces pensamos que las cosas grandes son solo para «la gente importante»: misioneros, consagrados, sacerdotes, que han dejado huella a lo largo de la historia. Pero… ¡nos equivocamos! Es cierto que Dios nos regala el poder conocer a esos grandes santos que son todo un ejemplo de vida, pero Él también espera que dejemos huella quizá no en la Historia o en los libros, pero sí en los corazones de muchas personas.
“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se salará? Para nada vale ya, sino para arrojarla fuera y que la pisen los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte; ni se enciende una lámpara para ponerla bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que ilumine a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 13-16). Es impresionante, pero… ¡el Señor necesita de nosotros! Somos la sal que puede dar sabor y conservar el mundo, somos la luz que puede iluminar la vida de tanta gente… porque cuando una persona está cerca del Señor brilla con una luz especial, con Su luz. Y esa luz tiene una fuerza increíble que brilla hasta en lo aparentemente más pequeño para nosotros, pero tan grande para Dios: una sonrisa, un favor, un detalle de cariño…
Por eso pídele al Señor el poder ver que necesita cada persona que hay a tu alrededor o que se cruza en tu camino. ¡Y nunca olvides que Dios sabe más! Cuenta con tu forma de ser, tus defectos, tus virtudes… sabe también de aquel compañero que te saca de quicio, de esa amiga que ha cambiado tanto, de ese amigo que cada vez se aleja más de Él… ¡lo sabe todo! Conoce esas circunstancias que estás viviendo, pero aun así te necesita ahí. Por eso, ¡no te rindas! Háblale de cada uno de ellos al Señor, reza por ellos y déjaselo en Sus manos, déjate guiar por Él. Es el Señor quien prepara los corazones, los encuentros, las situaciones para que, en el momento adecuado, hasta el detalle más simple pueda cambiar el corazón de las personas. Y ten paciencia… los tiempos de Dios muchas veces no son como nosotros desearíamos.
Cuando pasamos mucho tiempo con una persona lo habitual es que se nos pegue su forma de hablar, algún gesto, su forma de actuar… Cuanto más tratemos al Señor más parecidos a Él seremos y muchas veces será así, a través de nosotros, como la gente le empezará a descubrir a Él. Por eso tenemos que conocerle cada vez más: en la Eucaristía, en la Oración, cogiendo fuerza en la Confesión… y, por supuesto, la Virgen María es uno de los medios más rápidos para llegar a Él. En el Rosario, en cada Ave María, en cada Misterio, podemos poner un montón de personas, de intenciones, en sus manos de Madre.
Ojalá a través de ti mucha gente pueda llegar a conocerle, ojalá seamos instrumentos Suyos, «el lápiz en manos de Dios« como Santa Teresa de Calcuta decía. Y ante todo no te olvides que es Obra suya, no dejes nunca que esto lleve a aumentar tu vanidad sino a darte cuenta que no podemos hacer nada sin Su ayuda.
“No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10)
Por Alicia Cepeda@Cepe98Estudiante de 2º de Enfermería en la U. de Alcalá de Henares
El 4 de septiembre fue canonizada la Madre Teresa de Calcuta y pocos son los que no han oído aún hablar de ella. Nacida en Skopje, capital de la actual Macedonia, en 1910. En 1928 dejó su casa por sentirse atraída por Dios a entregarse a Él en la India. Para ello viajó a Irlanda, donde entró en la congregación de las Hermanas de Loreto. Su siguiente paso fue ir a la India, donde ejerció como profesora hasta que sintió la “llamada dentro de la llamada”.
En un desplazamiento que tuvo que realizar en tren la Madre vio un hombre moribundo en la calle y Dios la hizo saber que quería que Le sirviera en esos sus más pequeños, en los despreciados por la sociedad, en “los más pobres entre los pobres”. Así, Teresa logró obtener permiso para vivir como monja fuera de su comunidad (exclaustración), y así poder servir a Cristo sufriente, intentando mitigar ese “TENGO SED” que pronunció en la Cruz. Porque la Madre Teresa fue testigo de que Cristo tiene sed, sed de almas, sed amor… y nosotros, lo sepamos o no, también tenemos sed de Él.
No era una labor segura (una mujer, católica y sola por entre los suburbios de Calcuta), y mucho menos fácil (una sola mujer para intentar sanar las heridas, no tanto corporales como espirituales de la sociedad). Aún así la Madre siguió adelante y, poco a poco, sin irlo buscando, ha fundado una de las congregaciones femeninas con más vocaciones: las Misioneras de la Caridad. Además, ha sido galardonada con el Nobel de la Paz y conocida en el mundo entero, ganándose el respeto de católicos, judíos, hindúes, musulmanes…
Pero, ¿cómo una sola persona puede hacer todo eso? Tres son las cosas que la Madre exigía a sus Hijas, a las Misioneras de la Caridad: total entrega a Dios, confianza amorosa y una perfecta alegría.
TOTAL ENTREGA A DIOS
La Madre era consciente de sus limitaciones y sabía que toda la obra que estaba llevando a cabo no era suya, sino de Dios. Así, ella se definió como un lápiz en las manos de Dios. ¡Qué hermosa comparación! ¡Un lápiz! Así, la Santa podría decir, como san Pablo, “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi”, es Cristo quien obra en mi.
Y así, ahora también todas sus hijas piden a Dios, después de cada Eucaristía, ser un instrumento de su paz, para poner amor donde hay odio, alegría donde hay tristeza, verdad donde hay error, para dar consuelo a los desconsolados y esperanza a los abatidos. Un consuelo y una esperanza, una verdad, una paz y una alegría que sólo pueden venir de Dios. Así, experimentan como hay más alegría en dar que en recibir, en entregarse a Cristo en los hermanos. Como decía otra santa Teresa, las Misioneras viven ese “solo Dios basta”. Y son verdaderamente felices, a pesar del sufrimiento.
Las Misioneras han consagrado su vida totalmente a Dios, y no solo le tratan a través de los pobres, cuyos cuerpos heridos y putrefactos son, a sus ojos (y deberían serlo también a nuestros ojos) el Cuerpo llagado de Nuestro Señor, sino también en ese gran Regalo que nos dejó Jesús: su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, Él mismo, que se queda, que ESTÁ con nosotros en el Sacramento de la Eucaristía. Las Hermanas rezan varias horas al día, amando al Amado, sediento de nuestro amor, y saciando a la vez la sed que ellas tienen en Su Amor.
CONFIANZA AMOROSA
Como el niño que no sabe dormirse
sin cogerse a la mano de su madre,
así mi corazón viene a ponerse
sobre tus manos, al caer la tarde.
Como el niño que sabe que alguien vela su sueño de inocencia y esperanza, así descansará mi alma segura sabiendo que eres tú quien nos aguarda.
Tú endulzarás mi última amargura, tú aliviarás el último cansancio, tú cuidarás los sueños de la noche, tú borrarás las huellas de mi llanto.
Tú nos darás mañana nuevamente la antorcha de la luz y la alegría, y, por las horas que te traigo muertas, tú me darás una mañana viva.
La Madre, y siguiendo su ejemplo todas sus Hijas, confían plenamente en su Amado, en aquel a quien se han entregado sin reservas. Y así, Teresa no se preocupó de “qué pasará” ni de cómo obtener los medios materiales para su labor, pues sabía, desde lo más hondo de su corazón, que el que la había llamado, en Su infinito Amor, iba aponer los medios necesarios.
Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?
¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?». Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción. (Mt 6, 25-34)
¡Qué gran gozo del alma saberse siempre y en todo momento amada y sostenida por su Creador y Señor, por el Amor mismo! ¡Y qué gran ejemplo el de la Madre Teresa y las Misioneras de la Caridad, que confiaron y confían plenamente en la Palabra de Jesús!
PERFECTA ALEGRÍA
¿Qué otra cosa se puede esperar de aquellos que han encontrado la única Fuente que puede saciar la sed de Amor del ser humano que la alegría?
Porque cada uno tenemos sed, sed de amor, pero de Amor de verdad, de un Amor que solo Él, Dios, Amor absoluto, infinito, puede saciar. Y una vez encontrada esa fuente, una vez habiendo entregado el corazón por completo al Amor de los amores con confianza amorosa, como el esposo y la esposa, la vida se vuelve plenamente feliz. Esto es lo que aprendemos de una pequeña (metro y medio) y GRAN mujer, que siguiendo el ejemplo de nuestra amadísima Madre, modelo de entrega, amor y confianza en Dios, modelo de todo cristiano, vivió feliz. Feliz porque encontró el sentido de la vida en Dios. Feliz porque se supo infinitamente amada a pesar de su pequeñez. Feliz porque se dio sin reservas.
“¡No tengáis miedo a la verdad de vosotros mismos!¡No tengáis miedo a abrir de par en par las puertas a Cristo!” (San Juan Pablo II)
“La santidad no es para unos pocos, Dios llama a TODOS” (Santa Teresa de Calcuta)
Miguel Moreno Galiano @mmorenogaliano Semitarista de primer año en Madrid. Colaborador de @2014fearless