amistad
Te perdono
“Perdono… pero no olvido”. ¿Cuántas veces has escuchado esta frase, verdad? Y estoy casi segura de que quizá tú también te has planteado tener esta actitud alguna vez. Pero si lo pensamos bien… ¿eso sería perdonar? No, está claro que no. El perdón es algo muchísimo más grande que eso.
Sin embargo… ¿qué es el perdón?. Perdonar es comprender, excusar, olvidar … Pero sobre todo, perdonar es amar. El perdón es una muestra de que ha habido una barrera y juntos se ha superado. Es un regalo tanto para la persona que lo recibe como para la persona que lo otorga.
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El hombre propone y… Dios dispone
A mi manera…
En nuestra humanidad caída existe algo que no acabamos de comprender bien: que somos creados por Alguien, y que ese Alguien tiene un propósito, y que es el Señor de nuestra existencia. La gran tentación del ser humano es enarbolarse como directores de la vida, como aquel que dispone de su presente y futuro según su sacrosanta voluntad. La serpiente lo sabía bien cuando tentó a la mujer diciéndola que sería como Dios. Ya no sólo en el sentido de tener un conocimiento perfecto, o de establecer el bien y el mal, sino también en el sentido de ser los dueños únicos de nuestro devenir. Tomar nuestras decisiones sin consultarlo con nadie, pensarnos que nos pertenece nuestra vida y futuro; en definitiva, ser el dios de nuestra vida, manera única posible, sentimos, de satisfacer nuestros deseos más íntimos.
¿Y qué constatamos cada vez que tomamos tal camino? Fracaso. Frustración. Impotencia. En dos sentidos: ni logramos que las cosas salgan como planeamos, ni, en el mejor de los casos, alcanzamos la plenitud de corazón que suponíamos. Y en el camino, habitualmente, nos cargamos de egoísmo y soberbia: efectivamente, cuando nuestro centro somos nosotros, supone que el prójimo se opone en nuestro camino de felicidad, o bien es un medio “explotable” para tomar nuestros objetivos vitales. Esto se cumple, en mayor o menor medida, tanto en lo pequeño como en lo grande. La conclusión es evidente: por más que la persona se empeñe, es incapaz de darse la felicidad, de la misma manera que fue incapaz de darse la vida a sí mismo. No podemos ser los amos de nuestra vida, porque todo lo que amamos y valoramos es puro don, puro regalo de Dios. Recuerda la parábola del Hijo Prójimo.
Es a Jesús a quien buscás cuando sueñas la felicidad
En
realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar.
Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismo y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna.
Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad.
Lo que Tú quieras Jesús
Quizá estás en una situación de no saber qué hacer con tu vida, o te preguntas cuál es tu fin en este mundo. Sabes que estás llamado a ser santo, pero claro, tu pregunta puede ser: “¿Por qué camino tengo que ir?” “¿Qué tipo de vida tengo que seguir?” “¿Qué quiere Dios de mi?” “¿Cómo lo descubro?” En definitiva, lo que te estás preguntando es cuál es tu misión en este mundo, tu vocación.
Vamos a partir de una base, piensa que Dios es tu Padre, y que quiere lo mejor para ti, quiere que seas feliz en este mundo, y además, en el Cielo durante toda la eternidad. Te quiere tanto tanto que ha muerto por ti en la Cruz.
Y Dios te pone una vocación, un camino para que seas feliz. ¿Puedes llegar al Cielo si no sigues esa vocación? La respuesta es que sí, pero… ¿No es mejor ir por el camino que Dios ha puesto para ti? Seguro que si Él te ha puesto ese camino, es porque es el mejor y es en el que vas a ser más feliz, aunque a veces no sea tan claro para nosotros.
Dios ha pensado en tu vocación desde antes de que existieras; sí, por poner un tiempo, unos cuantos miles de millones de años antes de que nacieras ya había pensado en lo mejor para ti. Por lo tanto, es algo de Dios, algo sobrenatural, pero que, sin su ayuda no puedes realizar. Pero evidentemente, necesitas poner de tu parte.
Dios no tiene memoria: la confesión
Para empezar hablando de la confesión, empezaremos hablando del pecado. “Pecar es decirle a Dios que no me interesas. Pecar es no caer en la cuenta de que fue el pecado lo que llevó a Cristo a la Cruz, es despreciar que Él cargara con toda nuestra miseria para que pudiéramos ser auténticamente felices y no estar aplastados por nuestros errores”.
Cada vez que pecamos, se nos tiene que venir a la mente a Jesús clavado en la Cruz. Nos alejamos de Dios, le ofendemos; luego al igual que si yo ofendo a alguien, me gusta pedirle perdón… Tendré que pedir perdón a Dios, ¿no? Pues para eso está la confesión. En ella es el mismo Dios, no el sacerdote; sino Dios el que perdona nuestros pecados, nuestras ofensas hacia Él. “Él lo único que pide para perdonarnos es que se lo pidamos. No quiere más, solo que deseemos su perdón”.
Es verdad que nos pueden echar muchas cosas para atrás: ¿Por qué tengo que contar mis pecados y mis defectos a otro hombre? ¿Por qué tengo que confesarme siempre de lo mismo si voy a seguir cayendo? ¿Qué va a pensar el sacerdote de mí?
Todo el que se ha confesado alguna vez, sabe que nada de esto es escusa si se compara con la alegría con la que se sale después de cada confesión: “Quien ha probado la alegría que se obtiene tras cada confesión, no está dispuesto a picar con argumentos infantiles, por la sencilla razón de que ha comprobado en sus carnes que la confesión es el sacramento de la alegría”.
El sacerdote no va a pensar nada malo de ti. Todos somos pecadores; no hay ninguna excepción. Y el que piense que no lo es, ya está pecando de soberbia. Luego, ¿de qué se va extrañar el sacerdote? Todo lo contrario. Pensará que eres santo: que te arrepientes de haber ofendido a Dios y que quieres ser perdonado y luchar para no volver a caer. San Francisco de Sales lo dijo: “Solo los humildes y los santos se reconocen pecadores y confiesan sus pecados”.
Tenemos la suerte de que Dios puso al sacerdote para que pudiéramos confesarnos y tener la seguridad de que hemos sido perdonados. Además, él nos dará consejos y nos ayudará a luchar por ser mejores y evitar tentaciones. Estamos de acuerdo en que a nadie le gusta contar a otros sus defectos y sus pecados; pero no es contarlos simplemente, sino contarlos porque me he arrepentido y quiero que Dios me perdone: “Quien no es capaz de pedir perdón, acaba saboreando la amargura de los propios remordimientos. Es soberbio pensar que no tenemos defectos, y es más soberbio todavía pensar que no necesitamos ser perdonados”.
L
a confesión no la inventó Dios porque sí. “La confesión es un invento de Dios para que el hombre sepa salir adelante y tener una vida feliz. Dios no tiene memoria. Por eso perdona siempre y del todo. Y si Dios no quiere que pequemos es porque no nos hace felices”.
No debemos olvidar que “las cosas no son malas porque son pecado, son pecado porque son malas, porque nos destrozan y porque destrozan la vida de Dios en nosotros” y por eso me confieso: porque el pecado me hace daño, me quita la paz, le hace daño a Dios.
¿Y cada cuanto me confieso? Cuando tú veas. Los mortales (cuando haya materia grave, pleno consentimiento y total advertencia) rápidamente, pero… ¿y los veniales? Puedes pensar que para qué confesar los veniales, si no son graves y vamos a caer otra vez. ¡Pues no! Por eso es bueno confesarse de los veniales, porque en la confesión además de perdonarnos, nos llega una gracia que nos ayuda a luchar más en la próxima vez que nos venga la tentación. “A veces pensarás que estamos condenados a caer una y otra vez. Y no es verdad. La gracia puede más que el pecado”. ¡Pídele ayuda a Dios, dile que no quieres pecar más!
Confesarse es saber que Dios me ha perdonado, que todo lo que he hecho mal ya está olvidado. Es volver a empezar otra vez de cero, las veces que haga falta. La confesión es recuperar la paz, la alegría y la amistad con Dios. ¿No es estupendo? ¡Da gracias a Dios por esta suerte que tenemos y no lo desaproveches!
Elena Cepeda @cepe95 Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM
Reflexión en torno al libro “A Dios le importas” de Antonio Pérez Villahoz
Jesucristo no puede ser un barniz de nuestra vida
En 1993 la Madre Teresa de Calcuta escribió una carta a las hermanas de la congregación que decía: «Me preocupa el pensamiento de que alguna de vosotras aún no haya encontrado a Jesús individualmente, tú y Jesús solos. Podemos pasar mucho tiempo en la capilla, ¿pero has visto con los ojos del alma el amor con el que Él te mira?, ¿conocéis verdaderamente a Jesús vivo, no de los libros, sino de estar con Él en vuestro corazón?, ¿habéis oído las palabras de amor que Él os dirige?… nunca abandonéis este íntimo contacto diario con Jesús como una persona viva y verdadera, no como una idea«.
Y así es. En un mensaje tan breve, la Madre Teresa fue capaz de sintetizar la vida cristiana: el relacionarse con Jesús, no como una idea, un concepto, sino como «una persona viva y verdadera». Y el hecho es, que cuando lo pensamos fríamente, muchas veces descubrimos que el hecho de que Cristo esté vivo y presente en nuestras vidas… no nos cambia nada. Hacemos las cosas de forma mecánica, nos deprimimos o nos agobiamos por cualquier cosa, «tengo muchos trabajos», «éste me ha dicho no sé qué»…nos quedamos con las pequeñas cosas y nos olvidamos de lo más importante: ¡que Dios te quiere locamente! Piénsalo bien: Dios ha dado su vida por salvarte, todos los días de tu vida está ahí para lo que quieras, sólo desea quererte, todo depende de Él…¿y nos venimos abajo porque han eliminado al Madrid de la Champions?
Sé el último en todo y el primero en el amor
Te pasas el día tratando a gente: compañeros, amigos, familia… ¿Y te has dado cuenta de que en ese trato, te estás jugando el poder acercarlos a Dios? Bien sabemos que para ello no basta únicamente con dar consejos, sino que importa nuestro ejemplo. Los demás reconocerán que somos discípulos de Cristo en el trato que tengamos con ellos y con el resto de personas.
Claramente, para ello no puedes ser una persona que se pase el día amargado, que no sonría, que sea borde… ¿Te atrae una persona así? ¿Te apetecería estar con ella? Evidentemente, así no atraerás a nadie y no podrás llevar a nadie a Dios. Muchas personas encontrarán a Dios en nuestro optimismo, en nuestra sonrisa, en nuestra amabilidad. “Quien no transmite alegría no sabrá contagiar a Cristo”. Para hacer un verdadero apostolado debemos tener siempre muy presente esta frase: “Antes de querer hacer santos a todos aquellos a quienes amamos, es necesario que les hagamos felices, pues nada prepara mejor al alma para la gracia como la alegría” (Ascética meditada).
“Nadie puede verse excluido de la misericordia de Dios” Papa Francisco
Tras la lectura del Evangelio de la mujer arrepentida enjugando los pies del Señor (fc. Lc 7, 36-50) el Papa nos enseña como Jesús se muestra como un Dios Compasivo y de esta lectura nos podemos quedar con dos palabras esenciales: Amor y Juicio.
Esta el amor de la mujer arrepentida que se humilla ante los pies del Señor, pero antes de ese amor está el Amor de Dios misericordioso que ayuda a la mujer a acercarse a Jesús. Los gestos de la mujer, lavar los pies del señor secárselos posteriormente con sus cabellos, sus besos de arrepentimiento y el ungüento del perfume son todos actos de amor de una persona que sabe con certeza que será perdonada. Esta certeza es la que nos remarca el Papa que no debemos perder. Jesús nos da la certeza de que es un Dios misericordioso; quien mucho ama, mucho perdona y así, Dios que ama hasta el infinito perdonara en la misma proporción.
Francisco nos transmite otro mensaje importante tras esta lectura: Dios no se guarda nada para Él “cuando Dios perdona, olvida. Es un gran perdón el de Dios”.
Por otra parte nos advierte para no caer en un amor de formalidad como el del fariseo que se limitó a atender a su invitado. Este amor te limita al verdadero Amor que lleva al trato íntimo con Dios, es por esto que no entiende a la mujer arrepentida, hasta que Jesús se lo explica a través de la parábola.
Jesús nos llama para que le ofrezcamos un Amor completo que no se detenga solo en las formalidades y en la superficialidad de las cosas, nos llama a mira lejos más allá de lo superficial. Nos anima, por tanto, a no juzgar a las personas ya que como dice el Papa: “Nadie puede verse excluido de la misericordia de Dios” No importa pues cuán grande sea el pecado si el arrepentimiento de este está en la misma proporción.
El Papa Francisco termina la homilía proclamando así el Año Santo de la Misericordia que dará comienzo en la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y terminara el 20 de Noviembre de 2016.
Pablo Sebastián @PablosSBb 2º de Arquitectura en la UAH.
Comentario a la Homilia del Papa Francisco de 14-III-2015
Evangelio de ese día:
36 Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiera con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. 37 Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; 38 y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los secaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume. 39 Cuando vio esto el fariseo que lo había convidado, dijo para sí: «Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora.» 40 Entonces, respondiendo Jesús, le dijo:
—Simón, una cosa tengo que decirte.
Y él le dijo:
—Di, Maestro.
41 —Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. 42 No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos lo amará más?
43 Respondiendo Simón, dijo:
—Pienso que aquel a quien perdonó más.
Él le dijo:
—Rectamente has juzgado.
44 Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón:
—¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. 47 Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama.
48 Y a ella le dijo:
—Tus pecados te son perdonados.
49 Los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí:
—¿Quién es éste, que también perdona pecados?
50 Pero él dijo a la mujer:
—Tu fe te ha salvado; ve en paz.
A Dios le importas
Estamos en Cuaresma: tiempo de oración y penitencia. Es un tiempo para que Dios nos hable en el corazón. ¡Qué mejor momento de escribir un artículo sobre la oración que a siete días de haber empezado este tiempo litúrgico!
Pues bien, hacer oración no es sentarse delante del Sagrario y oír el rollo que llevo en mi cabeza, mis movidas de la imaginación… Hacer oración es hablar con Dios y escucharle. “Jesús nos está esperando en el Sagrario y en el fondo del alma para hablar con nosotros”. Muchas veces tendemos a hacer saber a Dios lo que queremos en vez de conocer lo que Él quiere decirnos. Y este es el fruto más importante de la oración. Claramente también vamos a pedir pero sin olvidar que Él sabe mejor que tú lo que necesitas. Puede servirte ayudarte de un libro, pero lo importante es contarle a Jesús lo que llevas dentro con tus palabras, tanto lo bueno como lo malo.
Por lo tanto lo primero que debemos hacer es pararnos, parar los pensamientos de la cabeza, dejar de pensar en todo lo que tienes que hacer cuando acabes, en si tienes sueño, en si estás cansado… y pensar que estás delante de Dios, ponerte en presencia de Dios.
“Un obstáculo enorme que nos impide rezar bien es saber que estamos manchados por dentro y el diablo nos tienta con la idea de que así no merece la pena acercarse a Dios, que Dios solo nos quiere cuando hacemos las cosas bien”. Pues esto no es así, no te dejes engañar. Esos momentos son en los que más necesitamos a Dios. Haz un acto de contrición, pídele perdón y continúa con tu rato de oración. Eso sí, no olvides confesarte cuanto antes.
Y ahora viene lo más difícil… ¿Cómo sé que Dios me habla? “Pues lo hace en el fondo del corazón”. “Esas buenas ideas, esos buenos deseos que se te ocurren mientras estás haciendo oración”, ¡es Dios hablándote! “Ese deseo de ser mejor, de querer ser más santo, de hacer más apostolado…” ¡es cosa de Dios, son palabras suyas!
“Una persona que desee ser amigo de Jesucristo, ha de proponerse orar con constancia”. Esos días que no apetezcan, que no sientas nada… ¡esos días también! “¿Nunca te ha pasado que te veías alejado de Dios, que te encontrabas vacío y sin fuerzas por dentro y has caído en la cuenta de que llevabas días sin sentarte a hablar con Jesucristo?”. Puede que el Señor esté permitiendo esa falta de sentimiento para que purifiques tu alma y aumentes la confianza en Él. Dios nos pone a prueba. En esos momentos, siéntate delante de Él y dile que le quieres; y si ves que Él no te dice nada, díselo tú. Poco a poco, tu corazón volverá a vibrar.
Sabrás que estás haciendo bien oración porque te hará mejor, te hará cambiar: “te hará más generoso cuando entrabas más egoísta, te hará más piadoso cuando entrabas más frío, te quitará el enfado que llevabas, te hará más fuerte cuando estás más débil, te hará más cariñoso, más apostólico, más constante, más trabajador, más confiado… Es así como Dios actúa en nosotros”.
Hacer oración es un don de Dios, una ayuda para nosotros, “es su Gracia que nos transforma, pero si tú no pones de tu parte, si tú no quieres, Él no puede…”. Jesús llama a nuestra puerta, pero somos nosotros los que tenemos el picaporte para poder abrírsela. No cambies el hacer oración por tu pereza, no le tengas miedo: escúchale. Ni la hagas de mala gana como si le estuvieses haciendo un favor a Él. “¡Que no, que lo que quiere Dios de ti es que seas el hombre más feliz del mundo! Ábrele el corazón de par en par y verás que felicidad la tuya”.
Elena Cepeda @cepe95 Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM
Reflexión en tornos al libro «A Dios le importas» de Antonio Pérez Villahoz
El camino hacia el cielo
Cuántas veces te habrás puesto a pensar: ¿cómo será el Cielo?, ¿qué se hace allí?… Esto es porque tendemos a imaginarnos el Cielo como un lugar, pero más que un sitio, el Cielo es un estado.
No se trata de trasladarse de la tierra al Cielo. Si esto fuera así, Dios trasladaría a todo el mundo a ese sitio tan espectacular. “Se trata de transformarse dejando de ser como somos para ser los mismos pero de un modo distinto, es decir, vivir en Dios siendo como Dios sin dejar de ser uno mismo”.
Si en vez de hablar de traslado hablamos de lo que realmente es: una transformación, esto deja de ser tan fácil ya que “Dios es puro y quien quiera entrar en su intimidad debe purificarse a sí mismo”.
Lo primero que necesitamos para que cuando llegue el momento podamos alcanzar ese estado de felicidad que es el Cielo, es querer. Dios respeta a cada hombre y, aunque nos ha creado para ir al Cielo, nosotros tenemos la libertad de decidir si queremos ir o no.
Ya hemos dicho que para entrar en la intimidad con Dios y llegar a esa transformación, debemos purificarnos; pero… ¿cómo lo hacemos? Nuestra existencia es ese tiempo que tenemos para purificarnos. Los cristianos debemos vivir en el mundo sin ser mundanos, lo cual exige una purificación. “La purificación es el proceso de desmundanización“, y esa manera de purificarse nos la expone Jesús en el sermón de la montaña con las Bienaventuranzas.
Esto solo es una introducción, de las Bienaventuranzas hablaremos en el siguiente artículo; pero antes de acabar debemos recordar aquello que repitió Cristo de que el Reino de los Cielos ya está entre nosotros (Mt 3,2). Esto quiere decir que “a quien sigue el camino de las Bienaventuranzas ya le es posible saborear el Cielo ya que recibe la paz de Cristo. La transformación, el Cielo… empieza en esta vida. El Cielo será una continuación. Podríamos decir que el Cielo lo alcanza en la otra vida quien ya lo alcanza en ésta”. Así que… luchemos por intentar alcanzarlo ya, ¿no?
Elena Cepeda @cepe95 Portavoz de fearless! Estudiante de 2º de Óptica en la UCM
Reflexiones en torno a “Dios en On” de José Pedro Manglano @manglano_org
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