Todos hemos empezado ya el curso: estudio, trabajo… todos sentimos ya el agobio y el estrés típico del día a día y seguro que muchos estamos deseando que llegue un fin de semana, el siguiente puente o las siguientes vacaciones para tener algún momento de descanso. No te preocupes, es normal y está muy bien. Pero he de decirte que, aunque estés deseando que pase todo esto, todo el trabajo y el estudio de estos días merece la pena y ¡es bueno! Veamos por qué.
Dios creó al hombre para que gobernase el mundo. El trabajo existía desde los primeros momentos de la Creación, pero fue a partir del pecado original cuando éste empezó a costar esfuerzo. Luego, cuando tú y yo trabajamos estamos participando de la Creación. En el Génesis, después de cada cosa que Dios iba creando pone: “y vio Dios que era bueno” por lo que cuando acabamos nuestra jornada de estudio y/o trabajo, es un buen momento para preguntarle a Dios: ¿has visto si mi trabajo ha sido bueno?
Aquí está la clave: ¿qué es para Dios un “trabajo bueno”? No es sólo aquel que nos ha salido estupendo, sino es aquel en el que también hemos puesto todo nuestro esfuerzo y todo nuestro amor.
No debemos estudiar solo para aprobar, ni trabajar solo porque es lo que toca y hay que ganar dinero; sino que tenemos que hacerlo de cara a Dios y por amor a Él. Nosotros estamos aquí para ser santos y ¡tú puedes ser santo a través del estudio y del trabajo! y santo “es el que ofrece a Dios su trabajo bien hecho y convierte ese esfuerzo en una ofrenda a Dios”. Se trata de sacar una sonrisa a Dios. Cuando pienses que te ha ido muy mal el día de estudio o de trabajo, no te preocupes, a Dios se le ha caído la baba viendo lo mucho que te has estado esforzando. “Lo que Él quiere es que le ofrezcamos algo con cariño… y ese cariño se llama esfuerzo, se llama deseo de hacerlo por Él”. Acuérdate de Él antes de empezar y ofréceselo por tu familia, por tu apostolado con tal amigo, por el Papa… Ponte un crucifijo cerca y cada vez que te entren las ganas de tirar la toalla dile: “Quiero estar contigo en la Cruz. Aquí sigo por amor a Ti y me voy a esforzar solo por Ti”.
Y cuando lleguen los exámenes no te olvides de Dios: “si por exámenes dejas de ir a Misa o de hacer oración, no digas que santificas tu estudio. Di que eres un desordenado y que es tu pereza acumulada la que hace que cambies a Dios por media hora más de estudio”. ¡No le dejes de lado nunca! Él te lo recompensará y le pondrás muy contento. “¿No crees que es un poco incoherente querer ser santo a través del estudio y que sea tu estudio el que te aleje de Dios?”.
Además, el estudio y el trabajo nos tienen que servir también para ayudar a los demás. Tenemos que intentar destacar y hacer todo con espíritu cristiano. Con tu ejemplo harás mucho bien a todos los de tu alrededor y gracias a tu trabajo bien hecho, a tu esfuerzo y a esa sonrisa que has tenido en todo momento, los demás verán a Cristo en ti y será una manera de poder hacer apostolado. Y por supuesto, el trabajo y el estudio nos hará fomentar nuestras virtudes e ir mejorando en ellas.
¿Has visto como sí que era bueno estudiar y/o trabajar tanto para con Dios, como para con los demás, como para conmigo mismo?
Para llegar al Cielo tenemos que santificar nuestra vida ordinaria: ¿qué voy a santificar entonces si no santifico lo que hago la mayor parte del día: estudiar o trabajar? ¡Ánimo, te estás ganando el Cielo!
San Josemaría decía en un punto de Camino: “oras, te mortificas, trabajas en mil cosas de apostolado…, pero no estudias. — No sirves entonces si no cambias”. Pídele ayuda al Señor para que te enseñe a encontrarle entre tus libros, en tu mesa de trabajo… y para que sepas hacer todo siempre por Él.
Elena Cepeda@cepe95Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM
Reflexión en torno al libro “A Dios le importas” de Antonio Pérez Villahoz
En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar.
Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismo y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna.
Es propio de la condición humana, y especialmente de la juventud, buscar lo absoluto, el sentido y la plenitud de la existencia. Queridos jóvenes, ¡no os contentéis con nada que esté por debajo de los ideales más altos! No os dejéis desanimar por los que, decepcionados de la vida, se han hecho sordos a los deseos más profundos y más auténticos de su corazón. Tenéis razón en no resignaros a las diversiones insulsas, a las modas pasajeras y a los proyectos insignificantes. Si mantenéis grandes deseos para el Señor, sabréis evitar la mediocridad y el conformismo, tan difusos en nuestra sociedad.
Quizá estás en una situación de no saber qué hacer con tu vida, o te preguntas cuál es tu fin en este mundo. Sabes que estás llamado a ser santo, pero claro, tu pregunta puede ser: “¿Por qué camino tengo que ir?” “¿Qué tipo de vida tengo que seguir?” “¿Qué quiere Dios de mi?” “¿Cómo lo descubro?” En definitiva, lo que te estás preguntando es cuál es tu misión en este mundo, tu vocación.
Vamos a partir de una base, piensa que Dios es tu Padre, y que quiere lo mejor para ti, quiere que seas feliz en este mundo, y además, en el Cielo durante toda la eternidad. Te quiere tanto tanto que ha muerto por ti en la Cruz.
Y Dios te pone una vocación, un camino para que seas feliz. ¿Puedes llegar al Cielo si no sigues esa vocación? La respuesta es que sí, pero… ¿No es mejor ir por el camino que Dios ha puesto para ti? Seguro que si Él te ha puesto ese camino, es porque es el mejor y es en el que vas a ser más feliz, aunque a veces no sea tan claro para nosotros.
Dios ha pensado en tu vocación desde antes de que existieras; sí, por poner un tiempo, unos cuantos miles de millones de años antes de que nacieras ya había pensado en lo mejor para ti. Por lo tanto, es algo de Dios, algo sobrenatural, pero que, sin su ayuda no puedes realizar. Pero evidentemente, necesitas poner de tu parte.