Mes: febrero 2015

La oración para el cristiano

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La oración para el cristiano, y para el no cristiano también, es el fundamento. El fundamento de nuestra vida. Sin oración no somos nada por mucho empeño que haya.
El mismo Cristo, que murió por ti, por mí y por todos, rezaba. Jesús rezaba, y si lo pensamos de una forma un tanto superficial, Él no tenía por qué hacer oración, pues el mismo era Dios, pero hablaba con su Padre del cielo; muchos son los ejemplos donde leemos en el evangelio que el Señor se retiraba a orar, a rezar, que no es otra cosa más que hablar con Dios.
Un ejemplo claro de que Jesús rezaba es el del huerto de los olivos, donde se aparta a rezar y le dice a sus discípulos que recen. Imagínate lo importante que es que se lo deja dicho a sus discípulos que así lo hagan.
Nuestra oración no es solo la que hacemos delante del sagrario, que sin duda alguna es importante acudir al sagrario, por lo menos una vez al día, aunque el Señor te lo agradecería si lo hicieras más veces a lo largo del día. Como decía, no es solo oración la que se hace delante del sagrario, sino que, estés donde estés y haciendo lo que estés, si te acuerdas de Él y le dices algo,  ¡cuanto te lo agradecerá!
En nuestra oración también se ve reflejado lo que vivimos fuera. “La calidad de la oración personal esta evidentemente condicionada por lo que se vive fuera de los ratos de oración. No podemos unirnos a Dios en los tiempos de oración sino buscamos estar unidos a Él en el resto de nuestras actividades”
“Dios lo quiere y la vocación lo requiere.” Esta frase define muy bien lo que es la oración para todos nosotros, algo que Dios quiere y que nosotros queremos querer hacer. La oración es algo que cuesta, qué duda cabe, pero es una forma de desear querer estar ya con Dios. Ser constantes en la oración nos ayuda a ser constantes en los objetivos que nos planteamos en la vida. ¡Seamos fieles! ¡Seamos constantes!
La oración era lo primero y lo más importante en la vida de grandes santos. La oración nos ayuda a ser santos. El mismo Papa Francisco nos dice que para rezar nos puede valer simplemente con leer el evangelio y meditarlo, dialogar con Dios. Y esto nos ayuda a plantearnos las cosas de otra manera. Créeme.
Te animo a que cojas el evangelio o un libro de espiritualidad, el que más te guste o más te llame la atención, y medites junto a Dios, Tu Padre. Busca también  alguien, un amigo, un sacerdote, que te ayude en el  camino de la oración. ¡Te hará crecer!

Maxi Troncoso Peña @maxitroncoso30 Estudiante de Teología

Reflexión en torno a “La oración camino de amor” de Jacques Philippe.

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Iglesia Ortodoxa reconocerá oficialmente como mártires a los 21 cristianos decapitados por ISIS

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21MartiresEgipcios(aciprensa)ROMA, (ACI).- El Patriarca de la Iglesia Copta Ortodoxa, Teodoro II, anunció que los nombres de los 21 cristianos egipcios decapitados en Libia por el Estado Islámico (ISIS), serán incluidos en el Sinaxario, el equivalente oriental del martirologio romano.

Así lo informó el sitio web Terrasanta.net, la revista de los Santos Lugares al servicio de la Custodia de Tierra Santa, el pasado 20 de febrero.

La publicación explicó que este procedimiento “equivale a la canonización en la Iglesia latina”. “El martirio de estos 21 fieles se conmemorará el 8 de Amshir del calendario copto (el 15 de febrero del calendario gregoriano), que es también la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo”, señaló.
El 15 de febrero el Estado Islámico difundió un video titulado “Un mensaje firmado con sangre a la nación de la cruz”, en el mostró la ejecución de los 21 cristianos ortodoxos y donde amenaza…

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Decir «perdón» para decir «te quiero».

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Entre nosotros

perdonHace unos días, una amiga me sorprendió mostrándome unas palabras que habían acompañado muchos años a su madre y que, llegado el momento de despedirse en esta vida de ella, había trasladado a un papel que ahora no se separa de su cartera más que cuando lo extrae para leerlo. Eran líneas de agradecimiento, de ternura, de amor, y también de arrepentimiento y perdón. Me impresionó esto especialmente: descubrir en medio de aquellas letras un profundo sentimiento de gratitud por el perdón y un gran deseo de disculpar cualquier ofensa que le pudiese haber hecho sufrir en algún momento.

Quizás me sorprendió tanto porque vivimos tiempos del «perdono pero no olvido», de «guardar» para toda la vida algo que ni siquiera nos ha molestado durante una semana, de «devolver» lo que nos ha causado heridas como si el daño en los otros fuese a cicatrizar lo que llevamos por dentro. Buscando no olvidar…

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A Dios le importas

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Hablar con JesúsEstamos en Cuaresma: tiempo de oración y penitencia. Es un tiempo para que Dios nos hable en el corazón. ¡Qué mejor momento de escribir un artículo sobre la oración que a siete días de haber empezado este tiempo litúrgico!
Pues bien, hacer oración no es sentarse delante del Sagrario y oír el rollo que llevo en mi cabeza, mis movidas de la imaginación… Hacer oración es hablar con Dios y escucharle. “Jesús nos está esperando en el Sagrario y en el fondo del alma para hablar con nosotros”. Muchas veces tendemos a hacer saber a Dios lo que queremos en vez de conocer lo que Él quiere decirnos. Y este es el fruto más importante de la oración. Claramente también vamos a pedir pero sin olvidar que Él sabe mejor que tú lo que necesitas. Puede servirte ayudarte de un libro, pero lo importante es contarle a Jesús lo que llevas dentro con tus palabras, tanto lo bueno como lo malo.
Por lo tanto lo primero que debemos hacer es pararnos, parar los pensamientos de la cabeza, dejar de pensar en todo lo que tienes que hacer cuando acabes, en si tienes sueño, en si estás cansado… y pensar que estás delante de Dios, ponerte en presencia de Dios.
 “Un obstáculo enorme que nos impide rezar bien es saber que estamos manchados por dentro y el diablo nos tienta con la idea de que así no merece la pena acercarse a Dios, que Dios solo nos quiere cuando hacemos las cosas bien”. Pues esto no es así, no te dejes engañar. Esos momentos son en los que más necesitamos a Dios. Haz un acto de contrición, pídele perdón y continúa con tu rato de oración. Eso sí, no olvides confesarte cuanto antes.
Y ahora viene lo más difícil… ¿Cómo sé que Dios me habla? “Pues lo hace en el fondo del corazón”. “Esas buenas ideas, esos buenos deseos que se te ocurren mientras estás haciendo oración”, ¡es Dios hablándote! “Ese deseo de ser mejor, de querer ser más santo, de hacer más apostolado…” ¡es cosa de Dios, son palabras suyas!
“Una persona que desee ser amigo de Jesucristo, ha de proponerse orar con constancia”. Esos días que no apetezcan, que no sientas nada… ¡esos días también! “¿Nunca te ha pasado que te veías alejado de Dios, que te encontrabas vacío y sin fuerzas por dentro y has caído en la cuenta de que llevabas días sin sentarte a hablar con Jesucristo?”. Puede que el Señor esté permitiendo esa falta de sentimiento para que purifiques tu alma y aumentes la confianza en Él. Dios nos pone a prueba. En esos momentos, siéntate delante de Él y dile que le quieres; y si ves que Él no te dice nada, díselo tú. Poco a poco, tu corazón volverá a vibrar.
Sabrás que estás haciendo bien oración porque te hará mejor, te hará cambiar: “te hará más generoso cuando entrabas más egoísta, te hará más piadoso cuando entrabas más frío, te quitará el enfado que llevabas, te hará más fuerte cuando estás más débil, te hará más cariñoso, más apostólico, más constante, más trabajador, más confiado… Es así como Dios actúa en nosotros”.
Hacer oración es un don de Dios, una ayuda para nosotros, “es su Gracia que nos transforma, pero si tú no pones de tu parte, si tú no quieres, Él no puede…”. Jesús llama a nuestra puerta, pero somos nosotros los que tenemos el picaporte para poder abrírsela. No cambies el hacer oración por tu pereza, no le tengas miedo: escúchale. Ni la hagas de mala gana como si le estuvieses haciendo un favor a Él. “¡Que no, que lo que quiere Dios de ti es que seas el hombre más feliz del mundo! Ábrele el corazón de par en par y verás que felicidad la tuya”.

Elena Cepeda @cepe95 Estudiante de Óptica y Optometría en la UCM

Reflexión en tornos al libro «A Dios le importas» de Antonio Pérez Villahoz

TESTIMONIO IMPRESIONANTE: Respuesta de una niña siria a la matanza de ISIS

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Impresionante testimonio

«Fue tu amor que vino a mí»

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Gracias Rocío por compartir esto y miles de enhorabuenas. Recuerda: «Enamórate y no le dejarás. No Le dejes, y te enamorarás»

Uno, dos y tres volver a empezar

(Image source: author)(Image source: author)

¿Cómo se ponen palabras a una vivencia personal?

Quizás lo que te voy a escribir te sorprenda. Créeme, hasta yo me sorprendo. Lo sorprendente no es el hecho de escribirlo sino el haberlo vivido primero. Te escribo en confidencia pero a voz en grito porque es algo necesario después de todo lo vivido. Que no lo compartiera contigo ayer es porque no quería unirme al comercio del catorce de febrero; aunque te adelanto que esta historia va de amor, pero no sobre cualquier seudónimo de éste sino de su modelo y maestro el Amor.

Me preguntaba cómo poner palabras a una experiencia y no se me ocurre mejor forma que a través de letras de canciones. La música ha sido y sigue siendo mi fiel compañera, no podía quedarse al margen de lo que estoy intentando transmitir. Miles de canciones han pasado por mis oídos pero no…

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¡Enjoy!

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¡ S O N R Í E !

Fortalezcan sus corazones (mensaje del Papa para la Cuaresma 2015)

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2015  Fortalezcan sus corazones (St 5,8)
Queridos hermanos y hermanas:
Featured Image -- 941La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un «tiempo de gracia» (2 Co 6,2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: «Nosotros amemos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn 4,19). Él no es indiferente a nosotros. Está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede. Pero ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien. Esta actitud egoísta, de indiferencia, ha alcanzado hoy una dimensión mundial, hasta tal punto que podemos hablar de una globalización de la indiferencia. Se trata de un malestar que tenemos que afrontar como cristianos.
Cuando el pueblo de Dios se convierte a su amor, encuentra las respuestas a las preguntas que la historia le plantea continuamente. Uno de los desafíos más urgentes sobre los que quiero detenerme en este Mensaje es el de la globalización de la indiferencia.
La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos. Por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de dar a su Hijo por la salvación de cada hombre. En la encarnación, en la vida terrena, en la muerte y resurrección del Hijo de Dios, se abre definitivamente la puerta entre Dios y el hombre, entre el cielo y la tierra. Y la Iglesia es como la mano que tiene abierta esta puerta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). Sin embargo, el mundo tiende a cerrarse en sí mismo y a cerrar la puerta a través de la cual Dios entra en el mundo y el mundo en Él. Así, la mano, que es la Iglesia, nunca debe sorprenderse si es rechazada, aplastada o herida.
El pueblo de Dios, por tanto, tiene necesidad de renovación, para no ser indiferente y para no cerrarse en sí mismo. Querría proponerles tres pasajes para meditar acerca de esta renovación.

1. «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26) – La Iglesia

La caridad de Dios que rompe esa cerrazón mortal en sí mismos de la indiferencia, nos la ofrece la Iglesia con sus enseñanzas y, sobre todo, con su testimonio. Sin embargo, sólo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Nos lo recuerda la liturgia del Jueves Santo con el rito del lavatorio de los pies. Pedro no quería que Jesús le lavase los pies, pero después entendió que Jesús no quería ser sólo un ejemplo de cómo debemos lavarnos los pies unos a otros. Este servicio sólo lo puede hacer quien antes se ha dejado lavar los pies por Cristo. Sólo éstos tienen “parte” con Él (Jn 13,8) y así pueden servir al hombre.
papa francisco a la escuchaLa Cuaresma es un tiempo propicio para dejarnos servir por Cristo y así llegar a ser como Él. Esto sucede cuando escuchamos la Palabra de Dios y cuando recibimos los sacramentos, en particular la Eucaristía. En ella nos convertimos en lo que recibimos: el cuerpo de Cristo. En él no hay lugar para la indiferencia, que tan a menudo parece tener tanto poder en nuestros corazones. Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás. «Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).
La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones. Entre éstos está también la respuesta de cuantos se dejan tocar por ese amor. En esta comunión de los santos y en esta participación en las cosas santas, nadie posee sólo para sí mismo, sino que lo que tiene es para todos. Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

2. «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9) – Las parroquias y las comunidades

Lo que hemos dicho para la Iglesia universal es necesario traducirlo en la vida de las parroquias y comunidades. En estas realidades eclesiales ¿se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
Para recibir y hacer fructificar plenamente lo que Dios nos da es preciso superar los confines de la Iglesia visible en dos direcciones.
En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. La Iglesia del cielo no es triunfante porque ha dado la espalda a los sufrimientos del mundo y goza en solitario. Los santos ya contemplan y gozan, gracias a que, con la muerte y la resurrección de Jesús, vencieron definitivamente la indiferencia, la dureza de corazón y el odio. Hasta que esta victoria del amor no inunde todo el mundo, los santos caminan con nosotros, todavía peregrinos. Santa Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, escribía convencida de que la alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima: «Cuento mucho con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo es seguir trabajando para la Iglesia y para las almas» (Carta254,14 julio 1897).
 También nosotros participamos de los méritos y de la alegría de los santos, así como ellos participan de nuestra lucha y nuestro deseo de paz y reconciliación. Su alegría por la victoria de Cristo resucitado es para nosotros motivo de fuerza para superar tantas formas de indiferencia y de dureza de corazón.
Por otra parte, toda comunidad cristiana está llamada a cruzar el umbral que la pone en relación con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. La Iglesia por naturaleza es misionera, no debe quedarse replegada en sí misma, sino que es enviada a todos los hombres.
Esta misión es el testimonio paciente de Aquel que quiere llevar toda la realidad y cada hombre al Padre. La misión es lo que el amor no puede callar. La Iglesia sigue a Jesucristo por el camino que la lleva a cada hombre, hasta los confines de la tierra (cf.Hch 1,8). Así podemos ver en nuestro prójimo al hermano y a la hermana por quienes Cristo murió y resucitó. Lo que hemos recibido, lo hemos recibido también para ellos. E, igualmente, lo que estos hermanos poseen es un don para la Iglesia y para toda la humanidad.
Queridos hermanos y hermanas, cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia.

3. «Fortalezcan sus corazones» (St 5,8) – La persona creyente

También como individuos tenemos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
fcoEn primer lugar, podemos orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial. No olvidemos la fuerza de la oración de tantas personas. La iniciativa 24 horas para el Señor, que deseo que se celebre en toda la Iglesia —también a nivel diocesano—, en los días 13 y 14 de marzo, es expresión de esta necesidad de la oración.
En segundo lugar, podemos ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas, gracias a los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro, con un signo concreto, aunque sea pequeño, de nuestra participación en la misma humanidad.
Y, en tercer lugar, el sufrimiento del otro constituye un llamado a la conversión, porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida, mi dependencia de Dios y de los hermanos. Si pedimos humildemente la gracia de Dios y aceptamos los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios. Y podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia, quiero pedir a todos que este tiempo de Cuaresma se viva como un camino de formación del corazón, como dijo Benedicto XVI (Ct. enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
Por esto, queridos hermanos y hermanas, deseo orar con ustedes a Cristo en esta Cuaresma: “Fac cor nostrum secundum Cor tuum”: “Haz nuestro corazón semejante al tuyo” (Súplica de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús). De ese modo tendremos un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia.
Con este deseo, aseguro mi oración para que todo creyente y toda comunidad eclesial recorra provechosamente el itinerario cuaresmal, y les pido que recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen los guarde.
Vaticano, 4 de octubre de 2014
Fiesta de san Francisco de Asís

¿Puedo pasar?

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Uno, dos y tres volver a empezar

(Image source:)(Image source: wordandfilm.com)

¿Recuerdas la última vez que acogiste a alguien? No sólo en tu casa sino en tu corazón. ¿Y con todas las consecuencias que ello supone?

Aquello me llamó tanto la atención como a la monja. Se nos va la fuerza por la boca. Las apariencias causan decepción y a veces invitan a perder hasta la esperanza. Nos lo han dicho repetidas veces, nos lo han mostrado numerosas personas. Los santos se caracterizaron por eso y no queremos escuchar, ni ver ni imitar. Sólo buscamos dar de comer a los nuestros, ayudar económicamente a nuestra familia y dedicar nuestras personas a ella. Nosotros, nosotros y otra vez nosotros. Y me pregunto junto a esta amiga monja, ¿dónde queda el prójimo? ¿Dónde lo encuentran dentro de una vida encerrada en ese nosotros?

La sociedad no hace más que crear desconfianza en torno a lo desconocido. Pero, míralo. Y…

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