San Juan Pablo II a los universitarios

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Juan Pablo II
Discurso de San Juan Pablo II a los universitarios que participaban en en el congreso UNIV’83. Nos parece todo un programa de vida para el universitario del siglo XXI
 Amadísimos:
1. Ha llegado también este año el momento de nuestra cita ya habitual con ocasión de vuestra reunión en Roma dedicada esta vez al tema «El estudio como trabajo».
Quiero manifestaros el gozo con que me uno a vosotros, estudiantes y profesores universitarios de muchos países, y la seguridad con que confío vuestras esperanzas a la intercesión de la Santísima Virgen, causa nostrae laetitiae, manantial de la alegría que debe impregnar la vida de todo cristiano, y sobre todo de los jóvenes.
¿Puede el estudio considerarse trabajo? Sin duda alguna, al menos si entendemos el concepto de «estudio» y de «trabajo» en su acepción más profunda, que es humanista y religiosa a un tiempo.
En sentido técnico y preciso el estudio es ante todo trabajo del intelecto en pos de la verdad que ha de conocer y comunicar. Si «trabajo» quiere decir disciplina, método, fatiga, ciertamente el estudio es todo esto. Y, ¡qué fundamental es en vuestra vida el trabajo metódico, humilde y perseverante del intelecto! En efecto, como dice Cristo, precisamente de la conquista de la verdad nos viene la libertad, la libertad verdadera que significa perfección de la persona, virtud, santidad.
2. Pero el estudio no es sólo trabajo del intelecto; es asimismo trabajo de la voluntad. La inteligencia sola no puede caminar en la búsqueda de la verdad —en especial cuando se trata de las verdades morales—, si no está sostenida de continuo por la voluntad. No se encuentra la verdad si no se la ama: y el amor es acto de la voluntad. Además, las verdades más altas, que son las del Evangelio, no se pueden conocer auténtica e íntimamente sin esa forma de amor sobrenatural que es la caridad, único medio de conocer realmente a Dios, Verdad infinita.

Ahora bien, cuando decimos «voluntad», entendemos «responsabilidad». No se concibe el estudio como un proceso meramente técnico e intelectual preocupado sólo de respetar las leyes de la lógica. Si en él la voluntad desempeña un papel esencial, esto quiere decir que el estudio se concibe como «trabajo» también en sentido moral. No sólo contribuye a desarrollar las virtudes intelectuales, sino asimismo las morales. De aquí que tenga estrecha relación con el bien del hombre. Por ser el estudio acto de responsabilidad, debe reforzar nuestro sentido de responsabilidad en la prosecución del verdadero bien del hombre. Desde este punto de vista el estudio es trabajo en un sentido más profundo, pues no está al servicio de conocimientos abstractos, sino que es decisivo en la orientación del hombre hacia su destino eterno.
Muchos afirman que los estudiantes de hoy están redescubriendo interés y gusto por el estudio realizado con seriedad. Mas igualmente general es la constatación de que esta tarea se desenvuelve en un preocupante vacío de valores auténticos. Numerosos compañeros vuestros se orientan a afrontar el estudio con una actitud positiva de profesionalidad, pero al mismo tiempo lo enfocan con la tendencia utilitarista de mera afirmación de sí mismos. Parece así reafirmarse el cínico eslogan de «saber es poder».
Ciertamente el estudio puede concebirse como «trabajo» en el sentido de que debe orientarse concretamente a la profesionalidad. Sin embargo, conviene prestar atención para que esta orientación práctica del estudio no sea consecuencia ni expresión de materialismo (cf.Laborem exercens, 13), en el que el mismo hombre queda reducido a instrumento de la ambición propia o ajena. Hemos de repetir que el trabajo es servicio y que el gozo de ponernos a nosotros mismos y nuestro trabajo al servicio del bien, jamás podrá sustituirlo la ilusión de un poder individual efímero.
3. De aquí la convicción de que el «estudio como trabajo» se refiere también a ese «trabajo» que hemos de ejercer sobre nosotros mismos para madurar como hombres o, mejor aún, como cristianos.
En efecto, el trabajo más importante no es el de la transformación del mundo, sino el de la transformación de nosotros mismos para hacernos más conformes a la imagen de Dios que el Creador ha inscrito en nuestro ser. De nada serviría dominar la naturaleza con los recursos más refinados de la tecnología, si no fuéramos capaces de someternos igualmente nosotros mismos a los dictados de nuestra conciencia iluminada por la ley divina. Se nos plantearía en este caso esta inquietante pregunta del Señor: «¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma?» (Mc 8, 36).
El significado del trabajo, pues, recibe luz del sentido cristiano de la vida; la comprensión de la fatiga humana depende de la comprensión de la vocación con que Dios llama al hombre a ponerse totalmente al servicio del bien en todas sus acciones. El hombre es el fin del trabajo, pero el fin del hombre es Dios: por tanto, el significado del trabajo supera al mismo trabajo y lo libera.
Ahora ya podemos captar cuál es el significado más profundo del estudio y del trabajo al mismo tiempo: la búsqueda de la santidad. La tarea que se abre ante vosotros, que os proponéis dar testimonio cristiano en el trabajo universitario, puede encerrarse en una palabra llena de contenido: santidad. Santidad en el estudio y por medio del estudio. El mundo del trabajo tiene necesidad de vuestra vida santa. Y esta vida santa consta de doctrina y oración, intimidad con Cristo y trabajo: está hecha de amor. ¿Motivo para ello? Lo saco de estas palabras que vosotros ciertamente conocéis bien: «Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina. Esta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santidad de los demás, de vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente: esta profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a vuestra personalidad humana, que es vuestra manera de estar en el mundo» (Pasa Jesús, Josemaría Escrivá de Balaguer, n. 46).
Por tanto, el trabajo es expresión de la capacidad de amar a Dios y a los hermanos, y esfuerzo por cooperar al designio del Creador en favor de sus criaturas (cf. Laborem exercens, 25). Y como el pecado que deteriora las obras del hombre y perturba los ambientes de su actividad transformándolos en lugares de lucha y odios, es obstáculo del amor de Dios, resulta evidente que el cristiano estará al servicio del mundo del trabajo solamente si lucha contra el pecado que anida en su alma. Y así resulta oportuno, a este propósito, el llamamiento «a un compromiso singular de penitencia y renovación» (Bula Aperite portas, 4) que he dirigido a todos los fieles con ocasión del Año Jubilar de la Redención. Pensad en la grandiosa fuerza de transformación del mundo contenida en esto.
4. La invitación del Año Santo a la penitencia no es clamor de tristeza, sino de júbilo, es invitación a contemplar con dolor el misterio de la pasión de Cristo e invitación al gozo de renacer a través del perdón. La santidad cristiana no es impecabilidad, sino lucha por no ceder y por volverse a levantar siempre después de cada cesión. No depende tanto de la fuerza de voluntad del hombre, sino más bien del esfuerzo por no obstaculizar jamás la acción de la gracia en el alma y ser por el contrario sus «colaboradores» humildes; pues bien, éste es el «estudio», el «trabajo» más importante.
Al proclamar el Año Santo de la Redención, hablé de «un año ordinario celebrado de modo extraordinario» (Bula Aperite portas, 3): hoy os pido que desempeñéis de modo extraordinario vuestro trabajo ordinario. Con tesón humano, pero sobre todo con amor que crezca de día en día y produzca frutos de fidelidad. Purificando así vuestra vida, veréis constantemente ante vosotros la luz. Queridísimos: La Virgen Stella matutina alumbre siempre y cada nuevo día vuestra voluntad renovada de seguir a su Hijo y acercar a Él a todas las criaturas.
Os acompañe mi afectuosa bendición.
Juan Pablo II
Martes 29 de marzo de 1983
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